viernes, 25 de marzo de 2011

OTRO PUNTO DE VISTA SOBRE LO NUCLEAR

Estos días todo el mundo andamos pendientes de la catástrofe ocurrida en Japón y, especialmente, del terror nuclear que los medios de información nos retransmiten al segundo. Sin tener la intención de dejar el drama humano de lado, ni ahondar en la más que evidente peligrosidad de las centrales nucleares quiero centrar la cuestión en el elemento principal de la generación de energía nuclear: el uranio, en concreto en la extracción del uranio.

Existen argumentos económicos que demuestran claramente que la industria del uranio está en total declive. Sin embargo, hay más de 400 reactores atómicos que precisan ser alimentados con uranio enriquecido. Las industrias del sector no dudan en implicarse a fondo en los países con recursos uraníferos para extraer a bajo precio el mineral, aunque sea dejando tras de si miseria y baños de sangre.

La minería de uranio requiere de una explotación a cielo abierto. El problema es que el uranio no es un material abundante y supone remover una enorme cantidad de tierra para encontrar una pequeña cantidad de uranio. La relación es de 100.000 a 1, es decir, debemos remover 100.000 toneladas de escombros con toda la energía que ello conlleva, para producir 1 tonelada de uranio.

EL CICLO NUCLEAR
Comprende todas las operaciones realizadas desde la extracción hasta el fin de la vida útil del uranio. Un proceso en el que a cada paso que se da se multiplica la peligrosidad tanto para el ser humano como para el planeta. Este tipo de explotación requiere de unas grandes cantidades de territorio y, como casi siempre en esto de la minería, coincide con territorios ancestrales de pueblos originarios. A modo de ejemplo podemos señalar la ocupación del territorio Tuareg en Níger o la del pueblo aborigen Wongatha en Australia.

1- En muy pocos lugares del mundo hay uranio lo suficientemente concentrado como para que su extracción resulte económicamente rentable y aún así hay que remover cantidades ingentes de tierra para ello. Diseminado en grandes extensiones, se dinamitan las áreas donde ha sido detectado, removiendo la capa superficial de la tierra y pulverizando las rocas para hacer accesibles los yacimientos.
2- El uranio después de ser aplastado, molido y bañado en ácido, es secado y empaquetado como concentrado de uranio. Aquí sólo es ligeramente radiactivo, pero la extracción y el proceso de molido expone a los mineros a la inhalación y contacto de muchos materiales peligrosos como el radón, causando altos porcentajes de cáncer. El mineral triturado es rociado con millones de litros de agua mezclada con toneladas de una solución de ácido sulfúrico (lixiviación), que permite separarlo de otros minerales.
Este método de extracción, genera contaminación múltiple. A la decantación de metales pesados en los acuíferos aledaños a la explotación, hay que sumar los drenajes ácidos. Por último, el polvillo en suspensión, producto de las voladuras que contiene uranio y otros minerales altamente contaminantes, llevados por el viento, se depositan en los cultivos y aguas superficiales. El agua que se utiliza para obtener uranio, ronda los 500 litros por segundo, consumo elemental registrado en la lixiviación en explotaciones mineras semejantes. Por cada cien toneladas de uranio se generan: 3.700 litros de residuos líquidos que contaminan toda fuente de agua y se afincan en las capas subterráneas; 100 toneladas de residuos como radio, torio, prolactinio, plomo, polonio, cromo, vandio, molibdeno, cobre, níquel, cobalto, hierro y toneladas de compuestos químicos como ácido sulfúrico, isodecanol, bióxido de manganeso, etc. que emiten radiaciones altamente peligrosas y gas como el radón 222: el suelo permanecerá contaminado hasta mucho tiempo después de que la mina haya dejado de operar.
Al extraer uranio, está claro que no se explota un recurso natural no renovable sino que se está devastando bienes comunes: agua, suelos y biodiversidad.
3- Para concentrar el uranio suficientemente para su uso, se convierte en el gas hexafluoruro de uranio, se envasa y se envía a una planta de enriquecimiento, donde se aumenta artificialmente el porcentaje del isótopo U-235 que es capaz de fisionarse. Este proceso genera el cuádruple de residuos radiactivos que el uranio útil.
4- Una vez enriquecido, se envía a una planta de fabricación de combustible donde se convierte en óxido de uranio (polvo negro). Este polvo se comprime en pastillas que se introducen en los tubos de metal. Ahora el uranio ya está listo.
5- Ya en el reactor nuclear el uranio se transforma en elementos muy radiactivos, lo que convierte al combustible gastado en material peligrosísimo que emitirá radioactividad a lo largo de milenios.
6- Hay dos sistemas de tratamiento de residuos. Uno es dejarlos tal cual y almacenarlos donde sea (normalmente en fondos marinos o cementerios terrestres), cruzando los dedos para que no pase nada de manera inmediata, a la larga ya no importa. Otro es reprocesarlo para obtener uranio que se puede reintroducir en el ciclo del combustible o se puede utilizar para la fabricación de uno de los armamentos más mortíferos jamás creados por la humanidad. Este segundo sistema de tratamiento produce un volumen final de residuos radiactivos entre 160 a 189 veces mayor que el que se produce a lo largo de toda la cadena por no hablar de costo directo en vidas humanas que tiene la utilización de este tipo de armamento .


Como todo recurso natural con el que se comercia, siempre se acaba produciendo una situación de desigualdad e injusticia para los verdaderos poseedores (que no propietarios) de ese recurso. Podemos ver de manera rápida el caso de Níger.

Níger es el 4º exportador mundial de uranio. Su producción anual, evaluada en 3.300 toneladas, representa el 48% de sus ingresos de exportación. Rico en uranio, Níger también es uno de los países más pobres del mundo (está en el puesto 167 sobre 169 en la escala que mide el índice de desarrollo humano) y regularmente tiene que enfrentarse a graves crisis alimentarias.

Desde su independencia en 1960 de la metrópoli francesa, se han sucedido los golpes militares y las guerras entre las diferentes etnias de la zona. Curiosamente esta circunstancia no ha impedido que Francia continúe al mando de la economía nigerina ya que desde 1968 Areva (líder mundial en el sector de la industria nuclear) prácticamente ha monopolizado el comercio de minerales (con la excepción en los últimos años de la entrada de China en este juego) lo cual significa en la práctica controlar casi todo el flujo económico del país.

Entre 2003 y 2005 se elaboró un examen de la situación radiológica y sanitaria de dos ciudades mineras (Arfit y Akokan) a petición de la asociación local Aghir In Man, por la Comisión de investigación e información independiente sobre la radioactividad (Criirad) y la ONG de juristas Sherpa.

Según el Criirad, el agua distribuida a la población (más de 100.000 habitantes) presenta niveles de radiactividad que sobrepasan los topes de las normas internacionales de potabilidad. Los residuos radiactivos se almacenan al aire libre desde hace varias décadas. Las chatarras que resultan del trabajo de las máquinas se venden en los mercados, la población las recicla y las utiliza como materiales de construcción o para hacer utensilios de cocina. En mayo de 2007 Criirad informó la presencia de residuos de la extracción en el ámbito público, así como niveles de radiación gamma hasta 100 veces superiores a lo normal.
Sherpa: destaca la multiplicación de casos graves de enfermedades respiratorias y pulmonares, que se habrían ocultado sistemáticamente a los pacientes por los dos hospitales (casi siempre diagnosticaban Sida así no se reconocían como enfermos laborales) construidos y administrados por Somair y Cominak, ambas compañías participadas mayoritariamente por Areva que las usa a modo de pantalla (mecanismo habitual de las transnacionales). Ambas sociedades mineras son el segundo patrono del país después del Estado y sus enormes necesidades de suministro benefician a un gran número de empresas.

Básicamente estas empresas se dedican a expoliar todo el uranio que pueden sin ningún tipo de medidas de seguridad, para ello no han dudado en expulsar al pueblo tuareg que tiene sus tierras ancestrales en la zona minera. Tampoco han reparado en almacenar todos los residuos que produce la explotación del uranio al aire libre en lugares próximos a los núcleos de población que albergan a todos los indefensos trabajadores de la minería.
Como pasa siempre en estos casos, a la gente que vive allí se les plantea dos alternativas: morir rápidamente de hambre o morir de manera más lenta gracias al trabajo en la mina.

Así es que cuando nos dicen que la energía nuclear es la más limpia y barata que tenemos a nuestro alcance y que es imprescindible para mantener nuestro nivel de vida no sólo debemos pensar en la posibilidad de accidentes o fugas radiactivas (que ya de por sí es gravísimo pero con una frecuencia muy baja) sino que deberíamos tener presente el costo en vidas y biodiversidad que tiene el mantener esta locura nuclear.
Con uranio se produce energía, de acuerdo. Pero, sobre todo, se produce muerte y destrucción: desde que se extrae en las minas a cielo abierto hasta que se recicla para recubrir bombas.

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lunes, 21 de marzo de 2011

GUERRA EN LIBIA

Otra guerra ha estallado y ya hemos perdido la cuenta de las veces que lo hemos dicho. Esta vez pretenden engañarnos diciendo que esto no es una guerra cualquiera si no que es para salvar las vidas de la población libia amenazadas por su tiránico líder. Yo, en esta afirmación, tan sólo veo una prueba más de lo mal que está el mundo y de cuan distorsionados están los valores que lo rigen cuando casi todo el mundo da por bueno que es necesario que muera gente para imponer la paz.
Esta es la historia de la última cruzada del poder capitalista:
Libia es un país del norte de África donde vive muy poca gente y hay muchísimos recursos valiosos (petróleo, gas, agua, bancos de pesca, ...), durante los últimos cuarenta años ha sido gobernada con mano de hierro por Muamar el Gadafi (no sé cuál es la ortografía exacta del nombre y me he decidido por ésta) que a lo largo de este periodo de tiempo ha pasado de ser un sanguinario terrorista a un magnífico dirigente y por último se ha convertido en un tiránico dictador (todo esto desde el punto de vista de la prensa occidental, por supuesto) en función de su mayor o menor disposición a dejar que las grandes corporaciones transnacionales expoliaran, o no, los recursos de su país. Durante la última década se le consideraba un excelente dirigente y aquí en España, todavía recordamos cuando instaló su enorme jaima en medio de los jardines del Pardo en la capital del Estado. Eran otros tiempos y Gadafi permitía que Repsol tuviera su parte del pastel petrolero de Libia. Igual que en España sucedía en todos los “países democráticos”. Sin embargo, en 2009 se truncó este idilio cuando anunció que iba a dar marcha atrás y volver a nacionalizar el petróleo para conseguir mayores dividendos para los ciudadanos libios. Volvió a convertirse en terrible dictador para los medios occidentales y, por ende, para todos los que nos informamos a través de ellos.

Con estos antecedentes llegamos a la actualidad. Una actualidad marcada por la diversas “revoluciones” en países norteafricanos y de la península Arábiga. Unas “revoluciones” nacidas de la necesidad de libertad y de la necesidad a secas pero, seguramente, manipuladas hasta tal punto que han quedado reducidas a la nada (en Egipto se ha ido Mubarak y ahora manda otro militar y parece como si hubiera cambiado algo, al menos a los ojos de los países capitalistas). Al parecer éste era el camino a seguir para Libia; pero se han encontrado con un obstáculo con el que no contaban: el ejército y muchos ciudadanos libios apoyan a ese malvado dictador, algo incomprensible para las estrechas mentes de los estrategas occidentales.

Ante la intolerable situación que se les presentaba, rápidamente los países con empresas interesadas en Libia acudieron a la ONU (ese supuesto Gobierno Mundial que sólo sirve para legitimar barbaries en pro del sistema global) para conseguir una resolución del Consejo que autorizara la guerra sin mayores problemas. Dicho y hecho, la Resolución 1973 autoriza a utilizar todos los medios disponibles para proteger a los civiles y a las áreas pobladas bajo amenaza de ataque (un texto muy bonito pero que pronto se ha visto superado por las acciones de los países que participan en la ofensiva). Antes de seguir adelante, quiero mencionar expresamente la cobardía de tres países: China, Rusia y Alemania. Estas naciones suelen fanfarronear de su independencia y su poderío, sin embargo, su abstención en las votaciones viene a confirmar su sumisión ante el poder imperial. También hay que destacar que esta vez la diplomacia norteamericana ha sido un poco más hábil que de costumbre y ha dejado que Francia cargue con la responsabilidad de llevar la voz cantante en el asunto con Sarkozy al frente, necesitado de un golpe de efecto ante sus compatriotas para evitar su descenso a los infiernos políticos en las próximas elecciones (Sarkozy espera que esto le funcione tan bien como le funcionó a Margaret Thatcher la guerra de las Malvinas).

Con todo ello, la guerra ya se ha iniciado con los ataques aéreos por parte de los países (que son unos cuantos, entre ellos cómo no España, con Zapatero a la cabeza dando un paso más en su “Alianza de Civilizaciones”). Y no sólo ha empezado si no que cuenta con el respaldo de una opinión pública totalmente mediatizada por las interesadas informaciones facilitadas sobre las supuestas atrocidades cometidas por un enloquecido ejercito sobre una población indefensa. Este respaldo se ve en todo el espectro político “democrático”, desde las derechas que lo ven como algo ineludible y que ya debería haberse puesto en marcha hace tiempo, hasta las izquierdas que lo ven como un mal menor con tal de evitar la masacre.

Por supuesto, este artículo no es una defensa de Gadafi y su régimen, es más bien una crítica a todos esos valedores de la intervención por su valentía contra Libia y su aparato estatal. Desde aquí les pregunto a todos esos compinches del capital y del imperio de las armas:
¿Por qué no exigen también una intervención en otros países en situaciones similares y muchísimo peores?
¿Por qué no una intervención militar en el Estado de Israel que lleva décadas masacrando a un pueblo indefenso como el palestino que sólo quiere paz y libertad?
¿Por qué no una intervención militar en Colombia donde los derechos humanos son papel mojado y las muertes se cuentan por miles y los desplazamientos por millones?
¿Por qué no una intervención militar en Arabia Saudí donde la tiranía impera desde hace muchos años y los derechos son sólo para la familia real y los extranjeros afines?
¿Por qué no una intervención militar en China donde su capitalismo totalitario manda a la muerte prematura a millones de trabajadores indefensos?
¿Por qué no una intervención militar en Guinea ecuatorial cuyo eterno dictador ha condenado a la pobreza eterna a su pueblo?
¿Por qué no una intervención militar en Honduras donde gobierna un golpista a base de represión?
¿Por qué no una intervención militar en Marruecos donde la dinastía real condena a la inanición al pueblo saharaui?

Hay tantas preguntas que serían infinitas, sin embargo, una sola respuesta vale para todas: todos estos países son piezas que funcionan perfectamente en el engranaje capitalista mundial y en los planes que la elite político-económica ha dispuesto para la humanidad.Cualquiera que se sienta tentado de aceptar la ignominiosa resolución 1973 de la ONU que se haga estas preguntas y que piense si la mejor manera de conseguir la paz y la libertad es a través de las armas y la destrucción.



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jueves, 17 de marzo de 2011

“¡VAYA SORPRESA!”: LAS EMPRESAS ESPAÑOLAS SE FORRAN

Espero que a estas alturas de la película a nadie le sorprenda el título de esta entrada. Si alguien pensaba que esto de la crisis económica es para todos y que todos la pagamos por igual vamos a echar un pequeño vistazo a algunos datos que aclaran la situación.
Por un lado, veamos cómo ha ido el pasado año para el común de los mortales en nuestro país. En primer lugar, a nadie se le escapa el enorme crecimiento del número de desempleados que oficialmente alcanzaba la cifra de 4,3 millones de personas aunque la realidad nos indica que esa cifra supera ampliamente los 5 millones. A este dato hay que añadir la que nos han vendido como “necesaria reforma de las pensiones” que nos obliga a trabajar hasta los 67 años sin por ello garantizarnos el cobro de nuestra pensión al final de tan penosa y dilatada vida laboral (por cierto, todo lo contrario que nuestra estimada casta política que les basta con sólo siete años para recibir de por vida una pensión que dobla con creces la máxima a la que nosotros podemos aspirar).
Echando más leña en la hoguera prendida para consumir a los trabajadores, tenemos la reforma laboral que sobrepasa ampliamente el mejor de los sueños de cualquier tratante de esclavos. Con un golpe del poder político-económico, sin respuesta por nuestra parte, nos hemos quedado a merced de la voluntad de las grandes empresas; sin ningún tipo de derecho por nuestra parte para poder, siquiera, defender lo que es justo según este sistema.
En la actualidad, la patronal y los “sindicatos” mayoritarios siguen negociando para socavar los pocos derechos de los trabajadores que permanecen incólumes hasta el momento, lo cual hace presagiar que la situación puede ir a peor.

Con todas estas decisiones tomadas por nuestros políticos, tanto los del Gobierno como los de la oposición, hemos llegado a una situación en que la precariedad e inseguridad laboral son el pan de cada día y son un abono perfecto para la acumulación de riqueza y poder por parte del empresariado patrio y para el aumento de la pobreza material en la mayoría de los ciudadanos.

Así vemos, que los resultados del año 2010 de las principales empresas nacionales (las que cotizan en el Ibex 35) ha sido casi un 25% superior al del año anterior, consiguiendo unos beneficios de 49.881 millones de euros en un año en el que muchos han visto cómo las entidades financieras les robaban sus hogares después de haberles exprimido al máximo y cómo los empresarios les dejaban en la calle sin ninguna posibilidad de seguir manteniendo su sustento, siempre con la complicidad política, no lo olvidemos.
Podemos destacar el resultado obtenido por Telefónica (o Movistar o como se llame) que ha obtenido beneficios por valor de 10.167 millones de euros convirtiéndose en la empresa líder en ganancias de nuestro país y llegando a niveles más altos de beneficios que los obtenidos antes de la crisis, con lo que empezamos a vislumbrar quién sufre los golpes y quién disfruta. Por supuesto, para obtener estos resultados los despedidos y las deslocalizaciones (marca de la casa de esta empresa) han estado muy presentes en el día a día de los trabajadores de la empresa y ya están planteando un nuevo ERE para este año, amén de las famosas prejubilaciones de esta compañía. Encima, ahora atacan a sus usuarios con un aumento más que salvaje en sus tarifas que no son, precisamente, de las más baratas.

Por supuesto, hay otras empresas a las que queremos referirnos. Por un lado, las entidades bancarias donde destacamos al Santander con ganancias de 8.181 millones de euros, el BBVA con 4.606 millones, Repsol YPF con 4.693 millones y Endesa con 4.129 millones. Estas cinco empresas acumulan más del 60% de los beneficios empresariales en España y no es nada descabellado pensar que acumulan una proporción similar de poder en la toma de decisiones políticas en el país si tenemos en cuenta que sólo la economía se considera importante en la política actual.
Con todo este nivel de beneficios ni que decir tiene que el reparto es cosa de unos pocos, en concreto de los altos ejecutivos de las empresas. No tengo constancia de los datos del 2010 pero el año anterior os puedo decir que alguien como Alfredo Sáenz (consejero delegado del Banco Santander) más de 10 millones sólo en sueldos.
Todos estos potentados del capitalismo dirigen sus empresas y al Estado (sólo hay que ver las periódicas reuniones con el Gobierno) en beneficio propio con la única finalidad de enriquecerse sin límites y explotar hasta la extenuación los recursos tanto físicos como mentales de los ciudadanos. Así es la situación en la que vivimos donde unos pocos se enriquecen gracias al esfuerzo de la mayoría, mientras esa misma mayoría se conforma con tener algo que comer y poder sentarse a ver la televisión y olvidarse así de su situación.



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sábado, 12 de marzo de 2011

LA INMEDIATEZ COMO SISTEMA

Durante las últimas décadas la inmediatez (el aquí y el ahora) se ha ido adueñando de nuestras vidas sin que apenas nos hayamos dado cuenta. Por supuesto, esto no ha ocurrido de forma casual si no que forma parte de una concepción mucho más amplia diseñada para convertir a las personas en meros autómatas que se dedican a pasar por la vida sin más aspiración que la de sufrir lo menos posible. El afrontar la vida bajo este punto de vista hace que nos desconectemos de nuestro pasado y de nuestras raíces, la cual cosa posibilita que seamos seres sin una conciencia clara de lo que ha sucedido en momentos pasados de la historia y, por tanto, incapaces de aprender de los errores y aciertos anteriores. Esto es algo que nos perjudica gravemente al común de los mortales y beneficia sobremanera a los pocos que están en la cima del poder actual.
Por otro lado, esta inmediatez que nos domina provoca que no tengamos en cuenta las consecuencias de nuestras acciones y nuestras decisiones. El vivir como si no hubiera mañana nos ha conducido a un mundo en el que sistemáticamente hemos destruido la naturaleza hasta unos límites en los que tal vez no haya vuelta atrás. También nos ha hecho ignorar la matanza premeditada de cientos de millones de personas a base de expoliar todos sus recursos en beneficio de nuestra vida de usar y tirar.
Esta “filosofía de vida” se ha impuesto de manera global (sobre todo en el llamado primer mundo, aunque también en las clases dirigentes de otros territorios) apoyándose en todos los recursos que el sistema dominante tiene a su alcance.

Desde la expansión de las tarjetas de crédito que posibilitan el consumo desaforado (que al fin y al cabo es el gran beneficiado de esta manera de entender la vida) sin necesidad de preocuparnos por si realmente podemos pagar o no ese producto o si lo necesitamos realmente, y la concesión de créditos y financiación de la compra de cualquier bien de consumo (hasta hace no muchos años era impensable comprar un pequeño electrodoméstico a plazos con una financiación facilitada por la propia tienda que te lo vende) hasta los “productos culturales” de la actualidad en los que escasean de manera sistemática los contenidos críticos, las reflexiones profundas y los posicionamientos ideológicos frente al sistema dominante.

Toda esta situación lleva consigo un desvirtuamiento de los valores y actitudes del ser humano. Concepciones tan importantes como la amistad, el amor en todas sus acepciones, la colectividad, la ayuda mutua,... han pasado a ser tan banales que han perdido su valor original (hasta el punto de que las relaciones del tipo que sean se buscan por Internet porque el presentismo en el que vivimos nos impide dedicar tiempo a todas estas cuestiones). De esta manera, se ha desarticulado el entramado moral que permitiría a las personas organizarse eficazmente contra la tiranía político-económica que nos tiene atrapados a su merced. Al mismo tiempo, se ha conseguido crear un modelo de ciudadano con un nivel de resistencia a la frustración muy pobre lo cual le impide esforzarse en conseguir nada que no le sea dado por el modelo predominante, así las personas ya no se preocupan por nada que no sea por el “yo, aquí y ahora” y ese tipo de mentalidad es la que el sistema requiere para poder funcionar porque esta mentalidad produce autómatas cuyo único objetivo es satisfacer sus necesidades, creadas de manera artificial por el propio poder dominante, a cualquier precio sin importar nada más. Incluso el sistema es tan maravilloso que si por casualidad alguien consigue escapar a la maraña de la inmediatez y tiene inquietudes sociales, le proporciona un fabuloso catálogo de organizaciones humanitarias a las que asociarse y poder así mantener su pequeña conciencia tranquila.

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viernes, 4 de marzo de 2011

EL MODELO DE FELICIDAD

En muchos de los Estados modernos, los tratados constitucionales explicitan que el Gobierno y toda su maquinaría tienen como deber último trabajar por la felicidad de sus ciudadanos (o por su bienestar como se indica en las Constituciones más recientes). Para ello, el Estado cuenta con la inestimable ayuda de su compañero de viaje: el capitalismo en cualquiera de sus versiones contemporáneas. Juntos han puesto en pie una maquinaria gigantesca destinada a satisfacer ese gran objetivo.
El primer paso es definir el concepto de felicidad porque como acostumbra a pasar en nuestras democracias eso es una tarea que no recae en el pueblo si no en las elites dominantes. Para realizar esta tarea la dualidad gobernante pone diversos mecanismos en marcha.

El primero de ellos es el sistema educativo, donde desde las edades más tempranas se encargan, de manera muy efectiva, de ir aniquilando cualquier esperanza de formar un espíritu crítico y reflexivo capaz de sacar sus propias conclusiones acerca de la realidad que les rodea, de esta manera se prepara el terreno para el posterior adoctrinamiento que tiene como base la creencia de que todo lo que el Estado dispone ha de ser por fuerza lo que más nos conviene. A esto se le suma una educación basada en la competitividad y los méritos individuales cuya única finalidad es conseguir un puesto de trabajo que nos permita ganar el dinero necesario para llevar una vida feliz según los cánones oficiales.

Otro de los mecanismos de los que dispone el poder son los medios de comunicación, teniendo un papel fundamental la televisión. Son estos medios los que proporcionan de manera inmediata y repetitiva las imágenes de lo que debe ser la aspiración de todo ciudadano. Constantemente, nos muestran a personas que son el modelo a seguir por todos porque una de las claves de la felicidad tal y como la entienden los poderosos es el éxito, sobre todo el profesional, ya que este éxito garantiza el poder adquisitivo necesario para alcanzar el ideal de felicidad. Por supuesto, los modelos que presentan se corresponden con personas que no han necesitado desarrollar su intelecto ni sus capacidades emocionales para llegar a lo más alto, sólo hay que ver que hoy en día los deportistas de élite, los personajes televisivos y demás gentes relacionadas con el mundo del ocio son el ideal que debemos aspirar a alcanzar el común de los mortales, es decir, ocupaciones que no aportan nada al desarrollo del ser humano ni de la sociedad. Obviamente, no hay lugar dentro de ese modelo para personas que dedican su vida a trabajar por un mundo mejor porque eso puede estar bien como mera anécdota en el currículum vital de una persona pero no como ocupación principal.

Para remarcar todos estos aspectos, el Poder dispone de una tercera vía de adiestramiento que sirve al mismo tiempo como referente de una vida feliz y como escaparate de todo aquello que como buenos ciudadanos debemos aspirar a poseer. Esta vía es la industria del ocio.
Día tras día, esta enorme maquinaria nos enseña a través de sus pantallas, sus altavoces, sus viajes organizados y el resto de sus innumerables posibilidades cómo debería ser la vida de una persona feliz. Aquí es donde se pone la guinda al pastel para acabar de convencernos (si es que no lo estamos ya) de que somos seres afortunados que tenemos a nuestro alcance un sinfín de productos y servicios de los que podemos disfrutar para alcanzar una vida perfectamente feliz.

Así con todos estos mecanismos funcionando a pleno rendimiento, las personas acabamos cayendo en su juego y dejando de lado cualquier aspiración personal para sucumbir a las ideas dominantes. Con ello, aceptamos plenamente la idea de que nuestra finalidad debe ser procurarnos la felicidad, por supuesto la felicidad que las Instituciones dominantes han diseñado para nosotros y que no es más que la acumulación de pertenencias que poco o nada aportan a nuestro desarrollo integral como seres humanos.
De esta manera, encontramos que alguien se define como feliz cuando posee todo aquello que su rango ocupacional (es decir, según el trabajo que desarrolle y el sueldo que percibe por ello) le permite e incluso un poco más gracias a la generosidad de los bancos que le conceden créditos por encima de sus posibilidades para poder mejorar esos bienes tan preciados que le hacen tan feliz. Al final todo queda reducido a una mera cuestión de consumo: para ser feliz hay que tener el mejor coche (o coches porque con uno sólo no es suficiente) la mejor casa, los mejores electrodomésticos, cuantas más televisiones mejor, por lo menos unas vacaciones al año (cuanto más lejos sean del hogar mejor para el nivel de felicidad), el mejor colegio para la descendencia (lo de mejor colegio suele medirse en función del dinero que cuesta la escolarización) y muchísimas más cosas que todos y todas seguro tenemos en mente ahora mismo.
Este es el tipo de carrera desenfrenada en la que nos vemos embarcados si queremos ser felices tal y como debe ser. Por supuesto, estamos tan absortos por el pensamiento dominante que nos deslizamos por la vida en pos de esta felicidad carente de contenido y de esfuerzo que sólo requiere de nosotros que trabajemos religiosamente durante toda nuestra vida.
Este concepto de felicidad se ha visto enormemente reforzado desde que se instauró el llamado “Estado del Bienestar” puesto que a partir de ahí, al tener “cubiertas” las necesidades sanitarias, educativas y sociales, las personas sólo tuvieron que preocuparse por alcanzar el ideal expuesto.
Estas ideas inculcadas por el Poder tienen unos beneficios monstruosos para aquellos que lo ostentan. Por un lado, garantizan el constante consumo que está en la base del funcionamiento del sistema capitalista y que reporta los beneficios económicos de los que se alimentan las grandes corporaciones. Por otro lado, asegura una constante masa de personas dispuestas a trabajar bajo las condiciones que sean con tal de poder tener acceso a los productos que garantizan la felicidad. También se consigue mantener a la mayoría de la población en un estado de empobrecimiento intelectual y espiritual que sirve para que este mismo Poder no pueda verse amenazado. En definitiva, es un negocio redondo para los que están en posiciones privilegiadas que se lucran y se afianzan a cada día que pasa bajo este modelo de felicidad indolora que nos han impuesto.

Frente a todo esto, y en nuestra opinión, debe ponerse sobre la mesa que este concepto de felicidad está vacío y de nada sirve, puesto que no es posible la felicidad basada en lo material. No es posible porque esta felicidad necesita, para poder sustentarse, que dos tercios de la población mundial estén al borde de la muerte, no es posible porque mientras los seres humanos no entendamos que todos formamos parte de la misma historia jamás seremos plenamente felices, no es posible porque no se puede vivir bajo la amenaza constante del exterminio, no es posible porque vamos de cabeza a la destrucción del planeta que nos sustenta, no es posible porque no es un modelo válido para las próximas generaciones, no es posible porque excluye cualquier referencia a todo lo que no sea individualista y, por tanto, contrario al bien común.¿Somos felices sabiendo que a nuestro alrededor mil millones de personas mueren de hambre a causa de nuestra insaciable hambre de “felicidad”? ¿Somos felices sabiendo que no habrá un planeta en el que puedan vivir las próximas generaciones? ¿Somos felices sabiendo que millones de inocentes mueren a causa de las guerras organizadas exclusivamente para asegurar los recursos que permiten esta “felicidad”? Sinceramente, creo que no. Me niego a pensar que tener el último modelo de teléfono, cambiar de coche con regularidad o hacer un crucero por el Mediterráneo compensen estas realidades de muerte y destrucción de las que se sirven.

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