lunes, 17 de septiembre de 2012

NO ME REPRESENTAN, NI ELLOS NI SU MUNDO


Ha resonado miles de veces ese grito del “no nos representan” en incontables actos de todo tipo y, para mí, sigue estando perfectamente vigente. Quiero, en estas líneas, personalizar el significado de esta expresión.

No me representan esos políticos encumbrados en un pedestal de lodo que toman decisiones que afectan a millones de personas con el único interés de servir a los poderosos, al partido y a sí mismos. Me da igual que no todos sean iguales, que existan unos menos malos que otros. Todos sin excepción colaboran con el orden establecido y con el modelo social que nos aboca a la inmensa mayoría a callar, agachar la cabeza y dar gracias por lo que creemos tener. Sean del signo que sean, perpetúan la condición de que para hacer política (en el sentido restringido que se le da a la expresión dentro del sistema capitalista) hay que ser del partido; sino eres un simple agitador o delincuente. Esto no es un discurso parafascista (aquello de ni de derechas ni de izquierdas, sin partidos pero bajo la bota opresora). Esto es una llamada antiautoritaria, es un grito contra los que se adueñan del control en nombre de los controlados.

Los partidos políticos con sus funcionamientos jerárquicos y sus múltiples cabecillas intermedios (en constante ascenso hacia la cúpula dirigente) son el escenario perfecto para el amiguismo, las corruptelas y las puñaladas por la espalda. Hace mucho tiempo que en el día a día de las organizaciones se antepone el quién soy y de dónde vengo a la validez del trabajo realizado. Muchísimos militantes de base podrían corroborar esto.

Todos contribuyen al mantenimiento de unas instituciones elitistas donde se toman las decisiones (gobiernos, parlamentos, comités ejecutivos, partidos, fuerzas represivas,…) siempre al margen del pueblo, sin posibilidad para nosotros.

Puedo comprender cuando la gente dice que el problema es el choriceo de los políticos y su falta de honradez. Lo comprendo pero no lo comparto plenamente, esa es tan sólo una pequeña parte del problema.

Si los políticos no se apropiaran de nuestro dinero, el sistema político, económico y social seguiría siendo exactamente el mismo: seguirían muriendo millones de personas cada año por la avaricia voraz de un sistema que engulle todo lo que necesita y vomita los restos cuando ya no le aprovechan; seguirían existiendo millones de niños trabajando como esclavos para complacer las exigencias de una parte de la población totalmente obnubilada por la sociedad de consumo y su imperiosa necesidad de poseer a cualquier precio; millones de mujeres seguirían siendo las víctimas propiciatorias de un sistema basado en la dominación del hombre sobre la mujer; se seguiría envenenando el planeta y acabando con él como si no fuera nuestro hogar (único y precioso hogar); continuaríamos viviendo en un mundo donde la propiedad privada y su acumulación servirá de justificación para el sometimiento de la inmensa mayoría por parte de una pequeña élite sustentada precisamente en esos políticos y el poder que se otorgan cuando dicen representar al pueblo sin rendir cuentas jamás.

 
En este contexto hay que tener claro que nunca una solución podrá ser el cambio de cromos. El sistema de representación parlamentaria a través de las urnas ha sido uno de los mayores, sino el mayor, método de desactivación política jamás ideado por el poder. A lo sumo, se puede conseguir una “dictadura socialdemócrata”, eso tan bonito del capitalismo amable (traducción: una buena parte de la gente que comparte tu territorio vive en la ilusión de estar más o menos bien pero al resto del mundo que le jodan) que espero que a estas alturas de la película ya no cuele (aunque me temo que todavía cuela y mucho).

Necesitamos pensar en un nuevo modelo social en el que todo el mundo tenga cabida mientras seguimos en la calle con la protesta. Ese modelo social implica, necesariamente, la participación de todas las partes. Y esto es lo más complicado: crear una manera de relacionarnos que se ajuste a todas las nuevas realidades y necesidades.

El esfuerzo es enorme pero la situación así lo requiere, estamos en una carrera salvaje hacia la dominación total. Ellos no van a parar, nosotros no debemos desfallecer.


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martes, 4 de septiembre de 2012

“DECIDÍOS A NO SERVIR, Y SERÉIS LIBRES”


¿Cómo se puede no tomar la decisión y persistir en la servidumbre?

A primera vista puede parecer una cuestión muy simple, sin embargo, la práctica diaria de la inmensa mayoría de nosotros nos dice que hay algo más detrás de todo esto. Si fuera así de simple (no descarto que lo sea) viviríamos en un mundo libre.

La primera cuestión que se plantea para no tomar la decisión es precisamente la falta de conciencia de nuestra condición de siervos. Difícilmente se puede tomar una decisión sobre un asunto que es inexistente para uno mismo.

Casi la totalidad de la población humana vivimos en sociedades controladas por unos pocos dominadores que extienden sus tentáculos sobre todo aquello a su alcance para establecer el control social. En estas sociedades siempre se actúa previniendo, asociando la libertad a lo que es menester desear. En otras palabras, los auxiliares del sistema venden la ideología dominante con la pretensión de ser la única disponible en el mercado intelectual. La libertad que defienden se asocia a un objeto deseable útil a la sociedad: libertad de consumir, de poseer, de disponer de bienes materiales, libertad de conformarse al modelo de consumidor ensalzado por los sistemas publicitarios y promocionales; libertad de comprar una conducta, valores o un modo de presentarse al otro, y así se nos propone: ya listo para usar, por la ideología dominante y transmitida por lo que se ha dejado de llamar propaganda para convertirse en publicidad.

La libertad se reduce entonces, a la posibilidad de inscribirse en una lógica mimética, de participar en la carrera en la que todo el mundo aspira a ascender a los niveles superiores de la escala social que propone el mundo mercantil.

Querer la libertad que ofrece este sistema induce a inscribirse en el movimiento gregario y supone no tener que obligarse a reflexionar, analizar, comprender, pensar; es decir, ahorrarse todo esfuerzo crítico propio, pues basta con obedecer.

Así pues, vemos cómo aparece un nuevo enfoque en la cuestión: la lucha por la libertad ya existe, pero por una libertad fraudulenta y edulcorada que agota nuestras energías, puesto que se basa en el tener y no en el ser y, por tanto, es una lucha irresoluble ya que siempre se puede (y lamentablemente se quiere) tener más.

Esta es la primera barrera que hay que romper para poder plantearse la cuestión inicial. Y es precisamente aquí donde está una de las labores más importantes a desarrollar por todas aquellas personas conscientes, luchar contra ese control social que nos tiene alienados y totalmente adoctrinados y hacer ver (con la palabra, pero sobre todo con el ejemplo) que existen otros modelos y que la libertad es otra cosa más allá de elegir entre playa o montaña para las vacaciones. Sabemos que ésta es una lucha muy desigual, puesto que el sistema tiene una gran cantidad de recursos disponibles y una maquinaria de control y represión apabullante. Por eso, es tan importante la lucha con el ejemplo y la acción cotidiana, porque es la baza más poderosa que tenemos a nuestro alcance. La vía de la construcción y el apoyo de medios alternativos de comunicación es fundamental ya que el sistema nos ha enseñado a ver la realidad a través de ellos y tenemos la tendencia a recurrir a ellos (eso sí, hay que hacerlo manteniendo el mismo espíritu crítico con el que abordamos los medios de desinformación masiva).

Superado este punto, existe un nivel de conciencia superior sobre la situación que nos hace ver de manera más o menos clara que la libertad que nos ofrece el sistema no es más que otra forma de esclavitud (quizá la más perversa por su envoltorio) y, a pesar de esto, persistimos en la servidumbre. ¿Por qué? Por miedo a la libertad y, sobre todo, a lo que ésta representa.

Dentro de este sistema inhumano, libertad implica represión y pérdida. Represión en todos los niveles a los que tiene acceso el entramado Estado-Capital, que son la mayoría (policía, justicia, trabajo, economía,…). Éste es un factor que una persona concienciada puede aceptar en mayor o menor medida como parte de la lucha emancipatoria, sin embargo tras alguna experiencia inicial puede alejar a muchos de este camino y dejarse arrastrar por el mundo de la “felicidad capitalista”.

La segunda cuestión que entra en juego es la pérdida. Ésta también se entiende en un sentido muy amplio. Por un lado, tenemos la pérdida de lo material que si bien en nuestro mundo ideológico no representa ningún problema (más bien al contrario) en el día a día de nuestra servidumbre capitalista nos resulta imprescindible para seguir adelante. Esto acaba planteando un círculo vicioso de difícil solución ya que nunca parece llegar el momento de romper esta rueda que nos impulsa día a día a seguir sirviendo. Por otro lado, está la pérdida social debida al magistral plan que el poder desarrolla a través de los medios de comunicación y que nos despersonaliza para convertirnos en miembros de la sociedad, de la masa. Las técnicas mediáticas asocian, según el modelo pavloviano, lo deseable para el individuo con lo deseable para la comunidad: el bien de uno se define en relación con lo que realiza el bien de la totalidad. De esta manera se formula el moderno contrato social en el que la invitación supone, entre diplomacia y coerción, el abandono de toda pretensión y voluntad individuales en provecho de una elección que abarque el conjunto de la sociedad. Esto todavía alcanza mayor trascendencia si reducimos el ámbito de la sociedad a la familia, donde siguiendo las normas imperantes, se sacrifica todo (hasta la libertad) en pos del bien común.

Libertad significa elegir, pensar por uno mismo, inventar, amar sin reservas, establecer planos de igualdad, coherencia y muchísimas otras cosas que exigen un esfuerzo y una constancia muy difíciles de sostener en un mundo en que todo se ha concebido para mantener muy limitado el espíritu crítico y la acción sincera. Es en este segundo plano donde la lucha se hace necesariamente personal e intransferible, donde no sirve más conciencia que la propia y donde está la verdadera batalla. Sin una victoria en este plano, cualquier cambio, cualquier revolución se antoja imposible.

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