domingo, 29 de diciembre de 2013

CUANDO NADA ES LO QUE PARECE

Tiempos inciertos en los que nos ha tocado vivir, una época en la que nada es lo que parece y sin embargo, las apariencias lo son todo. Curiosa contradicción que no hace más que reflejar el espíritu esquizofrénico que define esta era.
Desde lo más personal e intransferible hasta lo colectivo y global todo se ve envuelto por ese manto de falsa apariencia que envuelve nuestras vidas.
Crecemos admirando modos y estilos de vida ajenos a nosotros y que simplemente son irreales aunque en ese momento (y posiblemente durante el resto de nuestra vida) no sospechemos que son puro humo artificial que no proviene de ningún fuego sino de una máquina que constantemente lo fabrica para no dejarnos ver más allá, para no poder observar siquiera el potencial que existe tras esa cortina artificial.
Cuando nada es lo que parece vemos cómo nos movemos y agitamos constantemente, protestando, reclamando aquello que creemos justo y nos pertenece. Sin embargo, no vamos más allá de un grupo de seres persiguiendo un humo que alguien o algo nos indicó como la señal inequívoca de la verdadera fogata. Otra vez la máquina astuta que adquiriendo la forma de gurú antisistema u organización pseudorevolucionaria nos indica el modelo a desear.
Cuando nada es lo que parece donde encontramos un discurso de apariencia robusta y bien articulada hallamos palabras huecas, rellenas de nada y que a nada obligan más allá de reproducirlas constantemente y defenderlas como si nos fuera la vida en ello. Discursos repletos de bellas palabras y hermosos propósitos que están tan cerca de lo poético como lejos de la práctica diaria. Así nos encontramos con que un concepto tan formidable como el apoyo mutuo se convierte en mutuo apoyo previo acuerdo de lo que cada una de las partes se va a llevar y si no hay acuerdo cada cual que apoye lo suyo que para eso estamos. Criticamos la caridad por no ser más que un mecanismo de dominación vertical pero si eso mismo lo organiza gente afín y lo reviste de jerga contestataria podemos llamarlo con toda solemnidad y con satisfacción: solidaridad.
Así y una y otra vez, nos hallamos ante la irrealidad que vivimos donde el constante cambio de las circunstancias no hace más que reafirmar la inmovilidad general en la que existimos y que como consecuencia nos tiene inmersos en una aparente carrera hacia un glorioso futuro que se convierte en un eterno retorno al punto de partida donde todo sigue igual.
Cuando nada es lo que parece esperamos la aparición de la enésima reencarnación del mesías que nos salvará de este presente de desgracias continuas que dura ya demasiado tiempo, sin ser capaces de comprender que ese mesías siempre está actuando precisamente para mantener la perpetuidad de este presente. A veces tiene forma de líder político, otras de gurú espiritual o de científico prominente, algunas de honorable guerrero o de filósofo atemporal pero siempre, siempre de baluarte de la apariencia y por tanto del cambio inocuo. La importancia de lo aparente nos priva de la conciencia de los pequeños gestos, los únicos capaces de mover la losa que nos oprime y nos obliga a estar constantemente atentos a los grandes gestos, a las grandes proclamas y a tratar de reproducirlas aunque en el fondo sepamos de su inutilidad y de la imposibilidad de obtener resultados diferentes repitiendo una y otra vez las mismas acciones.
Cuando nada es lo que parece en un mundo donde se ensalza lo individual, se pone en primer lugar el ego frente a cualquier otro interés, una sociedad en la que el individuo es el centro absoluto de la vida. Resulta que nos encontramos ante el momento histórico donde menos humanos existen, donde hay miles de millones de seres extraños, ajenos a su realidad, con enormes posibilidades pero, desde luego, lejos de poder considerarnos humanos. En la apariencia de sentirnos en la cima del mundo no somos más que insignificantes seres lejos de toda lógica como especie, desconectados del resto, desconectados entre nosotros, ajenos a todo lo que ocurre a nuestro alrededor por mucho que seamos el actor principal de este drama en que hemos convertido la vida.
Cuando nada es lo que parece, la vida es lo más parecido a la muerte que existe y que podemos experimentar, se convierte en un transitar sin sentido en busca de la nada pero que a ojos del mundo es la cosa más maravillosa jamás creada. Ni siquiera lo que creemos sentir es realidad, confundimos el amor con la posesión y hasta creemos que la libertad es poder elegir aquello que queremos sin ser capaces de ver que es sólo fachada, sólo apariencia, que las diferentes elecciones disponibles no las elaboramos nosotros, no son reales.
Cuando nada es lo que parece, precisamente eso, la nada es donde transcurre nuestro paso por este mundo.

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jueves, 21 de noviembre de 2013

LA VERDADERA RELIGIÓN


Nadie sabe en qué mundo vivimos. Nadie comprende cómo funciona en realidad un conjunto tan grande y variado como es la humanidad. Sin embargo, existe un sistema que organiza, dirige y decide sobre lo humano. Es la verdadera religión y su dios, el Dinero.

A semejanza de cultos anteriores que se extendieron a lo largo y ancho de la Tierra. Esta nueva religión posee las escrituras, los templos, los profetas y todos los elementos indispensables para subyugar al creyente pero, a diferencia de creencias anteriores, es mucho más poderosa. Ha comprendido que es necesario que los creyentes piensen que pueden formar parte de la historia y participar en su construcción, para ello ha enmendado uno de los mayores errores de otras religiones. La recompensa no viene tras la muerte, muy al contrario, en esta religión no existe el mañana, sólo el ahora mismo. Esto aumenta exponencialmente la cantidad de creyentes que se dedican a fondo a seguir las enseñanzas con tal de conquistar su ansiada recompensa.

La Sagrada Escritura se llama teoría del capitalismo y en ella se detalla el funcionamiento de una sociedad basada en la fe al dinero. Como todo texto sagrado, no requiere de comprensión por parte de los creyentes sino de ciega aceptación de las enseñanzas que los pontífices nos regalan en grandes discursos. Los altos sacerdotes de esta religión también se reúnen en cónclaves multitudinarios y se agrupan de diversas maneras: FMI, BM, OMC, BDI, BCE, Reserva Federal... De estos encuentros salen las órdenes que son transmitidas al clero regular, a quienes conocemos como políticos. Y son estos políticos quienes, a través de sus propios apóstoles, sus mensajeros y difusores de la obra divina, como son los medios de comunicación, nos transmiten los designios inescrutables del capital y nosotros, los creyentes, aceptamos y acatamos. Obviamente, no tienen suficiente con la mera transmisión del mensaje divino, para que éste se acepte y se acate sin más, necesitan que el terreno esté abonado, es decir, que la mente humana esté totalmente moldeada por la nueva fe. Para ello disponen del sistema educativo, una maquinaria perfectamente engrasada y capaz de fabricar a creyentes en la adoración del dinero a una velocidad de vértigo.


Por supuesto, esta religión también tiene sus preceptos, sus figuras mágicas y sus milagros.

Al igual que otras religiones más minoritarias se fundamenta en unos mandamientos o preceptos imprescindibles que se resumen en dos:

-          Amarás la propiedad privada por encima de todo.

-          Santificarás el beneficio en cualquier ámbito de tu existencia.

Estos dos mandamientos justifican por sí solos las mayores atrocidades y barbaridades que podamos imaginar. En su nombre se mata, se depreda, se violenta y se aniquila todo lo que se encuentre a nuestro alcance. Se justifica cualquier acción encaminada a cumplir estos mandamientos, sin importar cuántas vidas pueda costar ni cuánto dolor llegue a causar.

Aquí también encontramos una figura mágica como la santísima trinidad del caso cristiano. En este caso nos encontramos ante el binomio todopoderoso: el Estado y el Capital. Una sola figura cuando así conviene y figuras separadas si es lo mejor para el desarrollo de la fe.

De milagros esta religión anda sobrada, pero por seguir con la analogía cristiana podemos nombrar uno que a su lado la multiplicación de los panes y los peces queda como un juego de niños: se llama moneda de curso legal y el sistema de la reserva fraccionaria.

En lugar de un templo por comunidad, los altos jerarcas han dispuesto docenas: los han llamado centros comerciales, centros de ocio, ciudades de descanso, etc… Además a modo de confesionarios disponen de innumerables sucursales bancarias que tienen abiertas sus puertas gran cantidad de horas al día. Allí se puede tener un contacto más directo con la divinidad y de paso reforzar la creencia de que se forma parte del plan maestro, así como demostrar el fervor solicitando más y más contacto con Dios. Para los inconformistas que necesitan expresar su devoción a todas horas han dispuesto los cajeros automáticos que, día a día, aumentan sus prestaciones para que todos podamos dar rienda suelta a nuestra fe (incluso para que aquellos que no estén dispuestos a asumir su condición de creyentes, los tengan allí preparados para ser quemados o arrasados). Si aún así necesitamos demostrar al resto que somos más creyentes que ellos, la jerarquía religiosa a puesto a nuestra disposición unas estampitas milagrosas llamadas tarjetas de crédito listas para ser exhibidas en cualquier momento y situación.

Así la verdadera religión se impone al resto haciéndolas sucumbir ante su poderoso empuje y el arrollador poder terrenal frente a lo etéreo del resto de aspirantes al título de verdadera religión.

Frente a esta realidad, como viene siendo costumbre, la respuesta es absolutamente pírrica y equivocada. Se focaliza la atención en un concepto como el de laicismo (Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa) y se vuelca, sobre todo, en una lucha tan estéril como la de eliminar la enseñanza de religión en el sistema educativo. Si fuéramos mínimamente serios y rigurosos en el análisis de la situación lo que querríamos eliminar sería el propio sistema educativo tal y como lo conocemos, ya que no es otra cosa que una institución impregnada hasta la médula de las enseñanzas de la verdadera religión.

Esto mismo vale para cualquier decisión tomada desde el aparato político oficial (como hemos dicho el Estado forma parte del binomio fundamental de esta religión) sólo hay que ver qué criterios de valoración y ejecución se siguen para cualquier cosa: ¿es viable económicamente un hospital? (como si eso fuera lo importante) ¿podemos permitirnos un sistema de pensiones? (pues matemos a los pensionistas ya que parece que lo importante es si económicamente es interesante mantener el sistema) y así con cualquier decisión que se os ocurra.

Así pues, volviendo a la definición de laicismo. Si de verdad queremos, tanto a nivel individual como colectivo, vivir de forma independiente de cualquier organización o confesión religiosa, sólo nos queda atacar los pilares fundamentales de esta verdadera religión que tiene un alcance global. Cuestionar y destruir sus preceptos básicos es la tarea fundamental y, para ello, no podemos olvidar toda la estructura formada a su alrededor con la misión de legitimar tan asqueroso y criminal orden del mundo. Al tiempo, debemos esforzarnos en pensar, construir y poner en marcha las alternativas a todo ello.

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miércoles, 23 de octubre de 2013

NO SOMOS CULPABLES



Largos debates, conversaciones con cierto sabor a resentimiento y desesperanza giran en torno a la falta de reacción social ante la ofensiva desatada por los grandes capitales y los centros de poder político siempre ansiosos por ampliar sus beneficios económicos en primer término, y como objetivo de fondo aumentar la capacidad de dominio sobre el resto de seres que habitan el planeta.

Durante mucho tiempo el sistema social se ha encargado de ir destruyendo el tejido social en el que las personas se apoyaban siempre para tratar de vivir una vida lo más acorde posible a su modo de sentir. Precisamente ahí, en el modo de sentir, es donde ha centrado gran parte de sus esfuerzos el poder.
Muy pronto se dieron cuenta de la importancia de modificar esa manera de sentir que incluía una visión colectiva de la vida, una forma de sentir que incluía al otro, al entorno natural que se consideraba parte inseparable de la propia vida, y que provocaba que la vida fuera vivida en común.
Obviamente, para que un sistema basado en la avaricia, en la imperiosa necesidad de poseer más y más funcione se necesita romper esa idea de lo común. Se necesita atomizar al ser humano y romper los lazos que le conectan con el resto para convertirlo en un autómata perfectamente dispuesto a cumplir con el papel asignado en la función capitalista. Sólo con la desconexión entre iguales es posible desentenderse de los problemas ajenos y desligar los propios de los globales, y de ahí  a no tener ningún problema a pasar por encima de quien sea para seguir adelante (sin saber muy bien hacia donde) hay un paso bien pequeño.
Y así lo ha hecho, como siempre usando esas poderosas maquinarias que utiliza a su antojo como son el sistema educativo, los medios de información y la industria del entretenimiento (el sólo hecho de que exista algo llamado industria del entretenimiento da la medida del éxito obtenido por el sistema en su proceso de desconexión del individuo con su entorno)
Se ha potenciado tanto lo individual que se ha traspasado la línea que separa el necesario desarrollo de la persona con esa zona oscura donde el egoísmo lo puede todo.
Durante muchos años se ha ido potenciando una sibilina manera de modelar la personalidad humana basada en la suprema importancia de la satisfacción de las necesidades personales. En esto, tiene mucho que ver la infiltración de las ciencias psi, especialmente la psicología, en todos los ámbitos del control social mejorándolos y perfeccionándolos hasta límites insospechados. (Este tema da para mucho más y trataré de ampliarlo en otra ocasión).
Junto a la importancia de esa satisfacción, se induce la creencia del mérito personal y, por tanto, la falsa ilusión de que todo lo que nos ocurre en la vida es consecuencia única y exclusivamente de nuestros actos. Es decir, queda eximido de toda responsabilidad el sistema político, económico y social. Todo es fruto del hacer individual independientemente de cualquier condicionante.
Esta excelente estrategia de control social ha desactivado casi cualquier posibilidad (es obvio que el casi no incluye a todas esas personas que si reaccionan y se esfuerzan en construir otra forma de vivir, cada uno a su manera) de reacción social y al pasar de los años ha conseguido dejar una ingente cantidad de personas que no salen de su asombro y estupor ante la actual situación. Una gran masa de gente que no llega a comprender qué salió mal. Siguieron las instrucciones al pie de la letra, se dedicaron en cuerpo y alma a cumplir con lo que el sistema esperaba de ellos y ahora se encuentran en una situación de indefensión absoluta. Y lo qué es peor, absolutamente convencidos de qué ha sido culpa suya.
Personas que han cumplido con su labor de asalariados durante años y ahora se ven como seres inservibles sin saber por qué, jubilados que tras entregar hasta la última gota de sudor han visto como todo lo que con esfuerzo consiguieron juntar para pasar sus últimos años se ha evaporado, varias generaciones convencidas de que estudiar era lo que debían hacer para alcanzar la vida que el sistema les ofrecía y se encuentran con la cruda realidad de ser mano de obra sobrante, y así un largo etcétera de personas y situaciones diversas. Todas ellas con algo en común, un sentimiento de culpa inoculado por el sistema y con una nula capacidad de reacción fuera de los cauces que el propio sistema ofrece.
Es necesario tratar esta cuestión con lógica. Si hemos seguido las normas que nos debían guiar al buen vivir según el sistema y esto no se ha producido sólo hay una posible conclusión lógica: no somos culpables, entonces ¿quién es el culpable? Todos los dedos deben apuntar en la misma dirección: el sistema capitalista. Por tanto, sólo puede haber una salida posible, acabar con él.
 

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jueves, 10 de octubre de 2013

MALDITA GANANCIA



Vivimos en la agitación constante, en un vertiginoso ir y venir sin saber de dónde partimos ni hacia dónde vamos. Continuas convocatorias a todo tipo de actos por parte de innumerables colectivos, plataformas, partidos, asambleas, mareas, sindicatos y coordinadoras siempre con la intención de dejar claro un posicionamiento más o menos contrario a cualquier aspecto de esta realidad social que nos golpea.
Uno tras otro se suceden los discursos, las proclamas, los manifiestos oscilando entre la defensa de lo que se consideran derechos inalienables y la llamada a la revolución contra el poder criminal que nos gobierna.
Finalmente, llega el desánimo y la deserción. El abandono de lo que se ha dado en llamar la lucha y la consiguiente disolución de toda la energía entre esa maraña indescifrable que forman conceptos como ciudadanía y vida cotidiana.
Sin embargo, se insiste una y otra vez en los mismos métodos con la esperanza de obtener resultados diferentes, o tal vez con el objetivo más retorcido de volver a obtener esos mismos resultados, es decir, la nada.


¡Revolución! Es sin duda una de las palabras más usadas de la historia de la humanidad y con tantos significados como seres humanos existen. A pesar de ello, hay una cuestión que inevitablemente hay que plantearse a la vista de los resultados de lo que se han considerado revoluciones a lo largo de la historia y que nos han traído hasta el momento presente.
¿Es posible una verdadera revolución si no va precedida de una evolución en las ideas que dominan nuestra vida y el modelo social impuesto?

En la actualidad vivimos en la sociedad de la ganancia y del interés, en la que todo gira en torno a la posibilidad de obtener un diferencial positivo de cada acción realizada. Esto es algo bastante obvio en la esfera económica puesto que está en la base del propio capitalismo. Este faro que ilumina todo el funcionamiento del sistema económico está íntimamente alimentado con el concepto de propiedad, puesto que para obtener una ganancia, un beneficio hay que poseer algo con lo que poder interactuar.

Posesión y ganancia, dos factores que inevitablemente conducen al tercer pilar: control. Hay que asegurar esa propiedad para obtener la ganancia. El sistema lo sabe y lo ejerce de una manera brutal a través de múltiples mecanismos.

La revolución tan anunciada y deseada pasa por ahí, por combatir ese triunvirato que sostiene todo el entramado. Sin embargo, para llegar a ese punto debe suceder que esas ideas evolucionen a nivel personal, porque ese trío ideológico también rige en nuestro día a día y no sólo en los asuntos económicos. El sistema se ha integrado de tal manera que cada paso que se da en la vida se analiza en función de la posible ganancia que se puede obtener (no sólo económica, también emocional, temporal y en cualquier otro parámetro que se nos ocurra). Así hemos oído en innumerables ocasiones cómo se analiza una relación interpersonal en función de si se ha sacado más de lo que se ha invertido en ella. Obviamente este análisis sólo es posible desde la creencia de la posesión de algo, tangible o no, que estimamos valioso.
Por eso, parece que el tiempo de la revolución no está cercano. Sin embargo, el tiempo de los actos revolucionarios esta aquí. Ahora mismo no hay nada más revolucionario al alcance de nuestras manos que renunciar a regir la vida humana por el criterio de la ganancia. Evolucionar hacia otros criterios personales nos acercará cada vez más hacia ese momento revolucionario que tanto necesita el conjunto de la humanidad. Sólo superando la creencia de que siempre hay que sacar algo de cada acto que se hace podremos plantearnos la construcción de otro mundo en el que el sufrimiento sea tan sólo un lejano recuerdo.
 

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miércoles, 18 de septiembre de 2013

¿FRACASO ESCOLAR?

En repetidas ocasiones, sobre todo por estas fechas, se habla del fracaso escolar, del altísimo número de casos que se da en el estado español.
Se define el fracaso escolar, según los expertos, como el hecho de concluir una determinada etapa en la escuela con calificaciones no satisfactorias, lo que se traduce en la no culminación de la enseñanza obligatoria.
Ésta es la definición por la que oficialmente tenemos a toda la maquinaria educativa preocupada. La palabra maquinaria no está elegida al azar ni mucho menos, al contrario creo que es la que representa más fielmente el entramado que conforman profesorado, equipos psicopedagógicos, funcionarios de la inspección educativa y todos aquellos que contribuyen a mantener en pie esta enormidad llamada sistema educativo.
Año tras año todos estos eslabones de la cadena se afanan por quitarse de encima la responsabilidad (sobre todo los que presentan un perfil de funcionariado más desarrollado) achacándolo todo al constante cambio de políticas educativas, la falta de recursos  económicos (éste es uno de los temas estrella en el listado de las excusas), la elevada proporción de alumnado en las clases, la excesiva carga de trabajo, etc. También existen, los menos, que a parte de todo esto intentan, con buena voluntad pero falta de realismo, introducir cambios pedagógicos innovadores que les permitan mejorar esos resultados tan catastróficos que arrojan los estudios sobre fracaso escolar. Por supuesto, esto último es una lucha estéril teniendo en cuenta que es una lucha contracorriente.
Por un lado, lucha contra los intereses del propio Estado y de la clase dominante, quienes han creado y manejado un sistema cuya finalidad es la de inculcar y adoctrinar sobre las normas esenciales que rigen nuestra sociedad. Es decir, preparar a cada individuo para su posición dentro de la escala social y fomentar el orden establecido a través de la sumisión y la obediencia. Por tanto cualquier intento de cambio que no afecte a la sustancia misma del sistema se queda en mero maquillaje que no conlleva a nada.
Por otro lado, contra el propio sistema educativo puesto que al estar al servicio de la maquinaria social es necesario que vez expulse a más jóvenes sin titulación alguna para que pasen a engrosar las filas del batallón de desempleados y/o a formar parte de esa economía de esclavitud a la que el capitalismo nos empuja inexorablemente. El sistema no necesita excesiva gente preparada para trabajar, necesita grandes cantidades de mano de obra barata dispuesta a trabajar por un mendrugo de pan si es necesario y a eso es a lo que se dedica.
Eso sí, durante todos esos años de escolarización obligatoria que el poder disfraza bajo ese lema tan bonito de derecho a la educación, contribuyendo así a apuntalar esa monumental estafa que supone el igualar la escolarización con la educación y el derecho (algo que por definición puedes ejercer o no) con la obligación (algo que ineludiblemente debes realizar bajo amenaza de castigo). El sistema ha realizado su trabajo casi a la perfección modelando y fabricando generaciones enteras de seres humanos totalmente integrados en la sociedad del trabajo y de consumo y con grandes carencias a la hora de afrontar con criticismo cualquier situación o información que se les presente.
Es por ello, que pongo en duda la expresión “fracaso escolar”. Es más creo que muy al contrario vivimos en la época del absoluto éxito escolar hasta el punto de haber conseguido que las propias personas que sufren o han sufrido el terrible peso de este sistema estén dispuestas a luchar por mantenerlo incólume. Este éxito escolar, sumado a otros factores, ha conseguido crear una gran masa de adeptos incapaz siquiera de imaginar una realidad social diferente a la aprendida y acatada durante un largo periodo de tiempo (en el mejor de los casos un mínimo de 10 años) especialmente sensible en la formación de la esencia humana.
Sin embargo, sí hay un fracaso escolar que preocupa al poder y sobre el que recae el peso de toda la maquinaria de coerción que el Estado es capaz de poner en marcha. Curiosamente, sobre este hecho no se pone a la comunidad educativa a trabajar sino que se recurre a los diferentes niveles represivos que van desde la maquinaria de los servicios sociales, pasando por la policial y acabando en la judicial. Lo que al poder le preocupa no es la cantidad de jóvenes que finalizan su paso por el sistema sin obtener sin obtener titulación alguna sino que haya personas que no pasan por el sistema. Así vemos las dificultades de poner en marcha realidades educativas alternativas, por ejemplo las de educación en casa o las escuelas libres, y de su constante persecución.
Así pues, cuando volvamos a escuchar el manido discurso de las altas cifras de fracaso escolar tal vez debamos preguntarnos si realmente es un tema tan preocupante como nos intentan vender o por el contrario debemos empezar a comprender que el fracasado es el propio sistema escolar y de adoctrinamiento. En ese caso, debería convertirse en prioridad absoluta de todo movimiento, organización o personas que dicen querer cambiar la realidad del sistema social la construcción de alternativas a esta inmensa máquina de fabricar peones del sistema en serie.

martes, 20 de agosto de 2013

COHERENCIA O DECADENCIA HUMANA

Coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos, coherencia entre aquello que sentimos y lo que demostramos con nuestras acciones, coherencia entre lo que decimos y nuestro comportamiento diario.
La coherencia es una de nuestras principales bazas para mantenernos a flote en un mundo tan loco como el que vivimos. Pero también puede convertirse en nuestra peor enemiga porque no hay nada más descorazonador que habitar o transitar espacios donde la coherencia brilla por su ausencia.
Estamos imbuidos en un modelo social basado en la explotación de todos y todo, por parte de una pequeña porción de personas. Sin embargo, su juego está tan bien montado que esa explotación no se produce de forma directa y vertical (obviamente porque por simple cuestión numérica es imposible); sino que la dominación toma forma piramidal y, así, se consigue que la inmensa mayoría de personas participe del mecanismo, ya que automáticamente (gracias a la programación socio-educativa) tienen la necesidad de perpetuar su situación ante el terror que sienten por la posibilidad de seguir descendiendo en esa pirámide infernal de sumisión. La pieza angular de este esquema es la perversa idea de que para contrarrestar este terror, el ser humano se contenta con mantener sus condiciones vitales tal y como están, sin darse cuenta (o sin querer darse cuenta) que así sólo consigue perpetuar y ahondar en la degradación humana.
A nuestro alrededor todas las corrientes, las dinámicas, los vientos nos arrastran por el camino del abandono y la decadencia, por el camino del autoengaño en forma de salvación personal, de una falsa felicidad individual por comparación con el desastre de la mayoría. Este camino permite, junto a una conciencia crítica social ausente, vivir en una apariencia de segura felicidad basada en la inevitabilidad de los acontecimientos y, por tanto, en la imposibilidad de actuar para cambiar el curso de los mismos (al fin y al cabo nuestro propio destino). Esta estrategia de existencia, libre de toda carga moral para aquellos que se dejan arrastrar por esta corriente,  pone de manifiesto unos de los rasgos característicos del modelo social actual: la hipocresía. Esta hipocresía permite criticar todo lo que teóricamente contradice la norma social inculcada desde la más tierna infancia (en sí misma el mayor ejemplo de hipocresía posible) y, al mismo tiempo, permite no emprender acción alguna para cambiar el estado de las cosas, quedando así en una permanente situación de decadencia como seres humanos. Una manera de estar muy similar a una especie de infantilización perpetua en la que siempre se acaba dependiendo de la figura de poder que todo lo dispone y decide.
Esta inacción ante una realidad que golpea duramente y de la cual somos plenamente conscientes, provoca una suerte de estado permanente de esquizofrenia social. Este es un estado totalmente insoportable, sin embargo en una sociedad degradada y sin capacidad de crítica, la hipocresía es la salida menos costosa (al menos en apariencia y en términos totalmente superficiales) para continuar deambulando por la vida sin cuestionarse nada más allá de la mera supervivencia.
Esta deriva de hipocresía e inacción arrastra a la sociedad por una senda que conduce inevitablemente a la destrucción de cualquier posibilidad de cambio y evolución sumiendo a la sociedad en una espiral de la que difícilmente se puede salir sin iniciar, desde lo más cercano, lo más personal un camino que ineludiblemente debe pasar por poner la coherencia individual en primer plano de nuestro modo de vida. Como decía, la coherencia nos permite mantenernos cuerdos en este loco mundo, condición indispensable para iniciar el cambio.

lunes, 29 de julio de 2013

DESIDIA INOCULADA


Desidia: Falta de cuidado, interés, energía o actividad. Desidia, dejadez, abandono, negligencia, pereza, indolencia… Tiene que ver con el comportamiento humano, sobre todo, en el ámbito social que finalmente es donde todas las personas estamos situadas.
Inocular: Introducir una sustancia en un organismo. Transmitir por medios artificiales una enfermedad contagiosa. Pervertir, contaminar.
 
Afrontamos y padecemos una realidad donde la desidia es un valor siempre cotizado, imprescindible para que este sistema criminal y depredador funcione. Es necesario que los seres humanos pierdan el interés y la energía necesaria para luchar por sí mismos y por los demás. Una vez conseguido esto, la esclavitud mental y posteriormente la física están al alcance de la mano. Por eso el poder no ha dudado, ni lo hará, en desplegar todo su arsenal para inocular esta desidia que tanto le favorece. Sabe que el control se obtiene mucho más por la sumisión voluntaria que por la represión (que reserva para aquellos que se muestran más resistentes a esta inoculación masiva), por eso se muestra tan persistente y, desgraciadamente, tan eficaz en su propósito de que la desidia sea un rasgo fundamental del comportamiento humano. Esto sucede en mayor medida en aquellas sociedades autodenominadas desarrolladas y democráticas.
 
 
La desidia se fomenta de varias formas:
 
Desconectando a las personas entre sí. Es decir, se potencia la creencia de que cada uno debe preocuparse por sí mismo y que nadie va ayudarle en un mundo donde lo importante es lo alto que puedas llegar y no cómo lo hagas. Desconectando a las personas de sí mismas, fortaleciendo el culto a lo externo, a lo que se ve y relegando el mundo interior al carácter de menudencia que es mejor no desarrollar por ser poco más que una pérdida de tiempo.
Haciendo sentir a la gente que nada de lo que le sucede y pasa a su alrededor depende de ella. Afianzando la creencia de que deben ser los elegidos (elegidos por el sistema) los encargados de dirigir nuestras vidas y el papel de la gente queda reducido a la aceptación. Así se establece el delegacionismo como método básico de funcionamiento social y como método de absoluto control social.
Acelerando el ritmo de vida y encumbrando la medida del tiempo (el tiempo es oro, o al menos eso se nos hace creer) La coronación del dinero como valor absoluto y de la sociedad del trabajo como único medio para acceder a él, nos convierte en máquinas dedicadas en exclusividad a la consecución de los objetivos que la sociedad nos marca. Estas condiciones que nos imponen para sobrevivir obligan a centralizar la vida en la cuestión laboral, impidiendo cualquier consideración de importancia que no tenga que ver con esto. Lo que crea una cultura de lo inmediato en la que no tiene cabida el esfuerzo desinteresado ni la implicación personal en lo común.
 
Mecanismos de inoculación:
 
Es sabido que el poder tiene infinitud de maneras de ejercer su dominación sobre las personas y en la cuestión de la que estamos hablando, utiliza varios de los mecanismos más potentes a su alcance.
- Sistema educativo: Durante décadas, millones de personas hemos pasado por este filtro encargado de modelarnos y adecuarnos a las necesidades de cada momento histórico. La misma introducción de este sistema responde a la necesidad de producir en serie combustible humano para alimentar el engranaje de la recién llegada sociedad industrial. Desde ese mismo instante se vislumbró el potencial de la educación estatal y de la imperante necesidad de universalizarla. Esta necesidad se ha visto colmada, independientemente del tipo de régimen político instaurado y de la supuesta orientación ideológica del mismo. En todos estos lugares el sistema escolar tiene un objetivo primordial más o menos oculto: transmitir y asegurar la asimilación de una necesidad de ser enseñados.
De esta forma se consigue que las personas nos desentendamos de la responsabilidad de nuestro propio desarrollo. La escuela nos instruye para ocupar el lugar que el poder nos tiene reservado dentro de nuestro sistema social y para saber aceptar que esa posición no depende de cada uno de nosotros; sino que está en función de una serie de parámetros (económicos, étnicos, origen social,…) que el propio poder se encarga de medir y catalogar. Esto nos lleva al desapego por el otro, puesto que necesitamos concentrarnos en lo que se espera de nosotros y, por tanto, todo lo que no tenga que ver con eso no importa y no merece esfuerzo alguno.
- Medios de comunicación: Los medios de desinformación masiva se dedican incesantemente al bombardeo continuado de noticias y situaciones a cada cual más horrible y desgraciada. La estrategia es clara y simple, insensibilización por desgaste. Y de verdad que lo han conseguido, la gente es capaz de comer mientras en ese lapso de tiempo ve u oye docenas de muertes por diversas causas, catástrofes ambientales a cada cual peor, gran cantidad de usureros delincuentes saliéndose con la suya sin mayores problemas,… este bombardeo permite que no se establezcan relaciones entre estos fragmentos de la realidad, al mismo tiempo que consigue que la gente desconecte y deje de empatizar.
Por otro lado, jamás se muestran los logros colectivos, a excepción hecha de los deportivos y, normalmente, las noticias que proporcionan al gran público sobre lo colectivo tiene que ver con la maldad.
- Partidos políticos y sindicatos: Después de mucho tiempo estas organizaciones han conseguido desarticular todo lo común y relegar el papel de la gente al de mero espectador de lo que acontece. En diferentes etapas han conseguido desarticular todo lo que huela a común y organización popular, han logrado desmovilizar y desmotivar a la gente al someterlos a un continuo desgaste por las migajas del sistema y, finalmente, han conseguido desarticular todo intento de participación política a través de sus monumentales aparatos burocráticos y de su descarada inserción en los mecanismos de control del sistema capitalista.
- Mercado laboral: En esta sociedad del trabajo en la que vivimos, el capitalismo maneja uno de los mejores métodos de control que tiene el efecto secundario de la inoculación de la desidia: lo que ellos llaman el paro estructural o la masa de gente sin trabajo. La presión ejercida sobre las personas sin trabajo asalariado y su condena a vivir en el lado de los excluidos socialmente facilita la desconexión social y el encumbramiento del todo vale porque: en esta sociedad o trabajas o estás muerto. Así se deja de tener interés en el otro para centrarnos en nosotros mismos y en cómo mejorar nuestra situación personal aunque, para ello, haya que pasar por encima de otra persona.
- Religión: No podemos olvidar el papel que juegan las grandes religiones en las sociedades actuales (por mucho que quieran definirse como laicas). Lejos de priorizar aquello del amor al prójimo; se ha impuesto la resignación y la aceptación a los hechos de la vida como algo que no podemos controlar puesto que proviene de la voluntad divina (aunque ésta sea la voluntad de los poderosos). También se ha impuesto la concepción de la caridad como método de compensación por aceptar el destino, de tal manera que se desarticula cualquier opción de cambiar el orden establecido puesto que de esta forma se perpetúan los estratos de poder y dominio. No en vano la iglesia, el brazo armado de la religión ha sobrevivido a siglos de avatares diversos. Ha sabido como nadie aliarse al poder y pasar a formar parte de él.
 
Esto sólo pretende ser un esbozo de cómo se consigue la inoculación de la desidia en el comportamiento humano. Las consecuencias que se derivan son simplemente terribles y las vivimos a diario. Así, vemos pasar ante nuestros ojos situaciones y acciones que nos afectan directamente pero no somos capaces de reaccionar por esa terrible desconexión producida por la desidia (desde luego entre otros factores). Por supuesto, contamos con el ejemplo de todas las personas que se muestran resistentes a este contagio y luchan y construyen a diario para cambiar esta realidad terrible.
 
Sin embargo, la inmensa mayoría cae bajo los efectos de esta inoculación contra la que debemos combatir.
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miércoles, 10 de julio de 2013

VIVIR DEBE SER OTRA COSA



Podría ser tan plena, tan alegre, tan vivible. Lo tenemos todo para que así sea. Jamás como ahora hemos tenido tan al alcance de la mano todo aquello que necesitamos para lograrlo.

Disponemos de comida más que suficiente para alimentarnos toda la humanidad sin problemas. Hemos alcanzado un nivel de comprensión científico-natural que nos permite entender mejor que nunca cómo nos relacionamos con el planeta. Disponemos de gran cantidad de medios técnicos para comunicarnos con cualquier persona situada en cualquier parte del globo de forma instantánea, y para obtener información igual de rápida de cualquier suceso acontecido. Existe un nivel de alfabetización a nivel mundial jamás alcanzado que nos abre las puertas a la lectura y al análisis de todo tipo de fuentes de experiencia. En todos los ámbitos, la investigación tecnológica está muy desarrollada y debiera permitir una teórica sociedad libre de pesadas cargas y más preparada para afrontar las situaciones adversas.

Todos estos factores y muchos otros parecen jugar a nuestro favor. En un mundo basado en lo racional y en el sentimiento de fraternidad universal, la vida sería placentera y divertida. Sin embargo, ese no es nuestro mundo.

Usamos esa comida más que suficiente para hacer negocio y sacar beneficio en lugar de alimentarnos todos de forma correcta y suficiente. Preferimos destruir el modo de vida rural y sustituirlo por uno industrial donde el beneficio económico está por encima de todo. Somos capaces de eliminar las cosechas que necesitamos para comer y sustituirlas por enormes extensiones de basura transgénica que tan sólo alimenta los bolsillos de unos pocos mientras mata de hambre y enfermedades varias a millones de seres vivos.
Utilizamos nuestra comprensión sobre el funcionamiento de la naturaleza para destruirla cada vez más. Deforestamos, desertizamos, explosionamos, desecamos, contaminamos, en definitiva “matamos todo lo matable” (incluidos nosotros mismos) por un montón de beneficios que todos sabemos que no se comen y no alimentan pero, a pesar de eso, lo hacemos.
Parece más que factible que usar todos esos medios para estar en contacto con tal cantidad de personas diferentes, debiera conducirnos a un mundo más empático y sobre todo, más capaz de implicarse con el otro. Lejos de eso, estamos en el momento más antisocial de la historia donde conceptos como amistad, compañerismo,… han sido destruidos y sustituidos por una morbosa necesidad de exhibición.
Preferimos utilizar nuestro nivel de comprensión del lenguaje y de la comunicación para empaparnos hasta la última gota de historias insustanciales servidas al por mayor por la maquinaria cultural dominante. Usamos todo nuestro potencial en la evasión de una realidad que comprendemos pero no combatimos sino que asumimos y preferimos evitarla haciendo uso  de aquello que debería ser la piedra angular de nuestra lucha emancipadora: la conciencia y el pensamiento para precisamente aniquilarlos sin piedad.
Utilizamos todos los avances tecnológicos para perpetuar nuestra condición de dependencia y esclavitud en lugar de ser capaces de usarla para liberarnos. Hemos creado infinitas maneras de matarnos unos a otros, incontables técnicas para esquilmar el planeta hasta la destrucción final y no hemos sido capaces siquiera de poder emanciparnos del trabajo como modo de vida. Fabricamos aviones que vuelan y matan sin tripulación alguna y, no obstante, es imprescindible nuestra presencia en la fábrica durante jornadas cada vez más largas de trabajo.

La vida debería ser otra cosa, pero hemos dejado que todos estos factores y muchos más queden en manos de una ínfima cantidad de gente para que tome la decisión de cómo utilizarlos. A estas alturas, la respuesta es obvia: en su propio beneficio y en grave perjuicio de todos y todo lo demás.

Esto no pretende ser ningún análisis de la realidad ni ninguna teoría de la verdad, es tan sólo el fruto de la impotencia y de la rabia al ser consciente de que la vida podría ser una experiencia maravillosa para todos sin excepción. Uso la primera persona del plural porque creo que todos contribuimos a este estado de cosas (sé que unos más que otros, pero todos lo hacemos) y porque somos todos los que permitimos que, a pesar de ser conscientes de ello, esto siga pasando.
Cada día de nuestras vidas hacemos elecciones que refuerzan este sistema y matan (sí, matan, exterminan, liquidan) a seres vivos de todas las especies, incluida a la que se supone pertenecemos. El deterioro social es más que evidente, pero seguimos teniendo la oportunidad, la voracidad del sistema y su absoluto desprecio por la vida nos ofrece cada día ocasiones de subvertir este orden maldito y criminal. Todo proceso de cambio, revolucionario parte de una verdad a la que no se está dispuesto a renunciar bajo ningún concepto, hasta ahora hemos podido tener intuiciones, sentimientos de afinidad más o menos desarrollados pero ha llegado el momento de escoger. Cada uno de nosotros necesitamos descubrir esa verdad a la que no vamos a renunciar e iniciar nuestro proceso revolucionario junto a todos los que así lo sientan.
 

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jueves, 27 de junio de 2013

DE LO DESEADO Y DE LO INMEDIATO


La claridad con la que se nos presenta el estado actual de cosas, debería hacernos pensar que ésta mal llamada crisis (más que crisis es la evolución lógica de un sistema depredador y explotador) no proviene ni de un desmantelamiento de lo que se ha dado en llamar Estado del Bienestar, ni de la corrupción política, ni de una desregulación del sistema financiero.
No parece posible, ni deseable, una vuelta al principio del s.XXI donde siempre según nuestra perspectiva de “sociedad democrática y desarrollada” todo iba fantásticamente bien (nunca nos cansaremos de repetir que para dos terceras partes de la humanidad hace muchísimos años que todo va indudablemente mal). Decimos que no es deseable, ya que como mencionábamos anteriormente, la situación de miseria y explotación que estamos viviendo es fruto del mismo sistema que nos dominaba entonces. Por tanto, sería de necios embarcarnos en una lucha de la que no podríamos salir jamás vencedores puesto que ningún resultado nos sería favorable.

En otro artículo de este blog citaba al historiador Braudel que decía: el capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es el Estado. En mi opinión no se puede describir mejor la evolución sistémica que hemos vivido a lo largo de muchos años. El capitalismo se ha identificado tanto con el Estado que se han fusionado en uno sólo, de tal forma que los intereses de las grandes multinacionales son los intereses del Estado y todas las políticas dirigidas por el Estado favorecen directamente a éstas. Esta identificación sólo ha sido posible después del paso por la sociedad del consumo y del bienestar que consiguió con creces su principal objetivo: domesticar al pueblo y convertirlo en esclavo de su propio modo de vida, y después de años y años de adoctrinamiento educativo que han logrado con éxito su propósito: producir una generación tras otra de personas sin ningún tipo de pensamiento ni conciencia crítica (es obvio que estoy generalizando). Por si acaso, para aquellas personas que ni por esas quedaron convencidas de la benevolencia del sistema, el Estado ha puesto en marcha su maquinaria, más o menos encubierta, de represión dejando de este modo el camino franco para convertir esta dictadura capitalista en lo que ellos denominan estado democrático.

 
Por todo esto y muchas otras razones que no harían más que abundar en estos argumentos, nos parece que cualquier intento de construir una alternativa basada en el Estado y en la legitimación de su papel como benefactor de la sociedad y administrador de lo común está abocada al fracaso (además más temprano que tarde). Frente a esta afirmación cabe la alternativa de construir espacios y realidades al margen de cualquier control estatal. En este sentido desde siempre, aunque tal vez en los últimos tiempos más si cabe, se han ido desarrollando proyectos y espacios con un alto grado de autonomía (qué difícil es escapar del control social) en ámbitos tan dispares pero imprescindibles como el trabajo, la educación, la salud, el desarrollo comunitario,… Apoyamos sin reservas estos proyectos basados en la autonomía y la autogestión, donde la democracia directa es la base de decisión y donde todas las personas están al mismo nivel.

Sin embargo, no podemos ocultar una realidad. Estos proyectos son a día de hoy minoritarios, además requieren de una concienciación y una valentía que no todo el mundo, ni mucho menos, posee (al margen de la situación personal de cada una). Es necesario apoyar, fomentar y participar de estos espacios de libertad pero la situación apremia y una revolución de tal calibre (la que nos llevaría a una sociedad libre sin espacios de poder y sin explotación) lleva un largísimo camino que, si bien hemos de empezar a andar, no puede ser excusa para obviar la situación que nos rodea.


En el estado español hay familias enteras que día tras día se quedan sin un techo bajo el que cobijarse, casi un tercio de la población infantil pasando hambre, más de seis millones de personas desposeídas del único modo de subsistencia que el capitalismo permite (el trabajo asalariado), varios millones viviendo de la caridad o exprimiendo hasta la última gota cualquier pensión o prestación, recortes en todo tipo de servicios y prestaciones que precarizan más y más nuestra vida. Estas y tantas otras situaciones provocan un nivel de angustia e impotencia que llevan en algunas ocasiones a quitarse la vida ante la falta absoluta de perspectivas de futuro.

La pregunta es obvia, ¿cómo combinar ambas cuestiones? Una revolución tanto personal como social es imprescindible, pero hay algo clarísimo: la revolución o es de todos o no será y la situación actual está más encaminada a la subsistencia del día a día que a la alteza de miras y la consecución de grandes logros revolucionarios. ¿Entonces?

Sería ingenuo esperar que todo el mundo de repente comprendiéramos la absoluta necesidad de construir nuestras vidas y nuestra sociedad al margen del control estatal así pues, ¿qué hacer?


En este terreno, debemos seguir luchando en la defensa de nuestros iguales frente al canibalismo del capital, más que nunca hay que poner en marcha mecanismos de solidaridad y apoyo mutuo. La mejor forma de demostrar que la construcción de la autonomía es posible es demostrándolo día a día, no podemos encerrarnos en nuestros proyectos y desconectarnos de la realidad; sino que hay que tratar de ir involucrando al máximo de gente posible desde la práctica diaria de la solidaridad.

Aquí, también se plantea una cuestión interesante. ¿Cómo mantenerse al margen de luchas cotidianas cuando el dolor y la muerte de seres humanos nos envuelven de una forma absoluta? Imposible, hay que estar a pie de calle peleando incluso por reivindicaciones que nos saben a poco, reformistas y legitimadoras pero, sin duda, una salida de emergencia para esta situación asfixiante. Me detengo en tres luchas que me parecen interesantes por diversas razones.

Por un lado, en el tema de la vivienda hemos visto y seguimos viendo una enorme movilización social. Sé que la dación en pago no es solución (aunque sí un alivio) pero lo que me interesa del asunto y lo que apoyo fundamentalmente es el empoderamiento social frente a los desahucios y la toma de la okupación como una estrategia cada vez más aceptada por un mayor número de personas. La acción directa colectiva como forma de lucha es un paso enorme.
(Por ejemplo http://www.publico.es/457625/la-pah-ocupa-otros-dos-bloques-de-pisos-vacios-en-badalona-y-torrevieja)
 

Luego, tenemos el camino emprendido por diversos colectivos sociales por la Renta Básica. Existen múltiples propuestas sobre este tema, la mayoría de ellas encaminadas a perfeccionar la sociedad de consumo (aunque para ello, dotando de recursos económicos a todo el mundo), sin embargo el camino tomado por las gentes de la red de Baladre puesto en primera línea por los campamentos Dignidad extremeños tiene un factor de construcción de lo colectivo más que interesante, al tiempo que posibilita el abandono del trabajo asalariado como método de subsistencia.
(Me refiero a esto https://www.youtube.com/watch?v=m28bPSwSmgY)


Por último, en el ámbito laboral (por desgracia tan importante a día de hoy) destaco la lucha propuesta desde el anarcosindicalismo por la jornada laboral de un máximo de 30 horas semanales sin reducción salarial como estrategia para repartir el trabajo (y de paso un poco la riqueza).
(Propuesta aquí http://www.cnt.es/noticias/reduccion-de-jornada-30-horas-semanales-sin-reduccion-salarial)
 

Tomo las tres propuestas como ejemplo y como simples herramientas de transformación ante la emergencia social que vivimos, pero destaco lo mucho que pueden servir para que aquellas personas que no están por la construcción de ese otro mundo posible empiecen a vislumbrar otra realidad que sirva de impulso para seguir profundizando en su lucha personal y hacia una revolución social.

Sé que este es un discurso que no gusta a casi nadie; pero creo que conjugar las dos vertientes: la construcción de espacios independientes del control estatal y la mejora inmediata de las condiciones de vida de la inmensa mayoría, es muy importante para poder iniciar el largo camino de la evolución personal y, sobre todo, de la revolución social.

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domingo, 16 de junio de 2013

NO SOMOS CAPACES DE RECONOCERNOS


Es una idea que recurrentemente me viene a la cabeza y que creo que está en la base del triunfo del capitalismo como sistema de sometimiento y poder. No somos capaces de reconocernos como lo que somos, como iguales.
Hace mucho tiempo que sabemos que más de medio mundo malvive al borde de la muerte por inanición, sabemos que hay pueblos enteros sometidos bajo el dominio militar y represor y sin embargo, no somos capaces de actuar en consecuencia. No nos reconocemos como iguales, si lo hiciéramos sería imposible no tomar partido de inmediato y de forma decidida hasta acabar con esta situación.

Podríamos pensar que la distancia nos impide comprender la verdadera dimensión de este crimen, que el innegable sesgo etnocentrista con el que se nos presenta la información y la analizamos nosotros puede hacer muy difícil alcanzar ese posicionamiento claro. No obstante, este débil argumento (difícilmente sostenible) se desmorona al poner el foco de atención en lo cercano donde esos condicionantes y esos sesgos no existen.
 

A nuestro alrededor vemos día a día como la vida de muchas personas se va desmoronando a cada instante, gente sin un techo bajo el vivir, personas que no tienen qué comer, múltiples sufrimientos desatendidos y dejados de lado porque no son compatibles con la lógica capitalista, niños pasando hambre en nuestro entorno y un sinfín de problemas a cada cual más desesperante. Tanto que el número de suicidios ha aumentado espectacularmente desde que se inició esta ofensiva capitalista contra los seres humanos. Este dato debería ser extremadamente doloroso porque un suicidio no es más que la terrible confirmación de una derrota, de una derrota de la sociedad, de todos nosotros.  

En un sistema cuya mejor arma de desactivación es el individualismo llevado al extremo, la respuesta natural debe ser lo colectivo. Para ello, debemos empezar a reconocernos en un plano de igualdad. Lo colectivo sólo puede surgir de la conciencia y del reconocimiento de que hemos sido anulados como seres críticos a través de cientos de años de sometimiento.

La alianza entre el Estado y el Capitalismo ha trabajado y sigue haciéndolo de manera intensa dedicando sus mayores esfuerzos a fabricar individuos y no personas. Este es el paso previo fundamental para anular nuestra capacidad de reconocernos como iguales.
 

La enajenación a la que se somete a cualquier ser humano (especialmente si desarrolla su existencia en los mal llamados países democráticos) desde la infancia es constante. Sistemas educativos diseñados para crear autómatas sin capacidad de raciocinio, perfectamente dispuestos a acatar todo aquello que le está reservado en la vida; modelos sociales vacíos de contenido moral a los que admirar con la secreta esperanza de convertirse en uno de ellos; referentes culturales prefabricados con el único propósito de hacer olvidar la verdadera cultura: la cultura popular; un inmenso sector dedicado exclusivamente a entretener al personal cumpliendo de manera tan eficaz su objetivo que ha acabado por convertirse en el analgésico más potente jamás utilizado por el ser humano.

El fomento de la diferencia es otra de las grandes armas del sistema. A lo largo de la historia, las religiones, las características personales, los determinantes culturales, la lengua, el territorio,... Todo ha sido utilizado siempre por los poderosos para mantenernos ocupados en guerras estériles que no nos dejan siquiera atisbar las verdaderas causas de la situación de opresión bajo la cual llevamos muchísimos años.

Incluso en los ambientes más comprometidos con la lucha por la justicia social se percibe esta incapacidad que hace que se parcialicen las luchas en función de la capacidad de identificarse como iguales con los destinatarios de esas luchas.

El trabajo por romper el egoísmo inducido en el que vivimos es imprescindible. Para ello, debemos perder el miedo al compromiso y al sacrificio, sin la capacidad de creer y pensar en el otro, sin el esfuerzo que supone la formación personal para poder actuar con conciencia, es imposible siquiera hacerle un rasguño al sistema.

Es imprescindible empezar a pensar de forma colectiva ya que lo contrario nos ha conducido a la interminable espiral de reivindicaciones y luchas parciales (basadas en la aparente mejora de las condiciones de vida para unos a costa del sometimiento y la humillación de otros muchos) que tan sólo han conducido al fortalecimiento de este sistema criminal que tiene sometida a la inmensa mayoría de la humanidad.

Es necesario recuperar la capacidad de reconocernos como iguales, como partes de lo colectivo. Sólo así, será posible empezar a socavar los espacios de poder y dominación que están en la base de nuestra aniquilación como seres humanos.

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domingo, 26 de mayo de 2013

LAS LEYES EDUCATIVAS PASAN, EL SISTEMA EDUCATIVO PERMANECE

Ya la tenemos aquí. Año y medio después de acceder al poder ya tenemos nueva ley educativa (en este caso la LOMCE, Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa). Aunque faltan los trámites habituales del paripé parlamentario, la ley ha llegado para quedarse (al menos hasta que llegue un nuevo gobierno y decida hacer su propia reforma).
 
Esto no es nada nuevo, cada gobierno ha lanzado su reforma educativa, cada una con sus matices ideológicos en función del papel asignado al partido de turno en este teatro de marionetas a cuyo funcionamiento se le llama normalidad democrática. Eso sí, ninguna de todas estas leyes y reformas sucesivas han cuestionado, ni de forma leve, los verdaderos objetivos que se esconden tras el sistema educativo de nuestra sociedad.

Durante décadas, millones de personas hemos pasado por este filtro, llamado sistema educativo, encargado de modelarnos y adecuarnos a las necesidades de cada momento histórico. La misma introducción de este sistema responde a la necesidad de producir en serie combustible humano para alimentar el engranaje de la recién llegada sociedad industrial.

Desde ese mismo instante se vislumbró el potencial de la educación estatal y de la imperante necesidad de universalizarla. Así, en el Estado español se institucionaliza la educación a partir de la Constitución de 1812, donde el Estado se hace con sus riendas (hasta entonces en manos del clero) estableciendo dos principios básicos, al menos sobre el papel, que perduran a día de hoy, la universalidad (todo el mundo está obligado a pasar por ahí) y la homogeneidad de lo enseñado (garantizando así la imposibilidad de dotar a la escuela de una dimensión emancipadora y crítica imprescindible).

Esta necesidad se ha visto colmada independientemente del tipo de régimen político instaurado y de la supuesta orientación ideológica del mismo. En todos estos lugares el sistema escolar tiene un objetivo primordial más o menos oculto: transmitir y asegurar la asimilación de una necesidad de ser enseñados. De esta forma se consigue que las personas nos desentendamos de la responsabilidad de nuestro propio desarrollo, dejándolo siempre en las manos de los expertos. Junto a esta enseñanza, también se nos inicia en una sociedad en la que todo (valores, capacidades, necesidades, realidades…) es susceptible de ser producido y medido. Esto nos lleva irremediablemente a la aceptación de todo tipo de clasificaciones jerárquicas, incluso a dar por válida y natural una sociedad estratificada en la que tu posición depende de valores totalmente mesurables. La escuela nos instruye para ocupar el lugar que el poder nos tiene reservado dentro de nuestro sistema social y para saber aceptar que esa posición no depende de cada uno de nosotros; sino que está en función de una serie de parámetros (económicos, étnicos, origen social,…) que la maquinaria opresora se encarga de medir y catalogar.

El poder siempre ha sido muy hábil en lo que se refiere al sistema educativo, a lo largo de la historia ha sabido siempre dotar a la escuela del envoltorio adecuado en función de los vientos que soplaban. Ha convertido al sistema educativo en un arma de doble filo. Por un lado, adiestra y prepara a las futuras generaciones para engrasar la maquinaria social y, por otro lado, sirve de arma arrojadiza para el debate político entre los diferentes actores sistémicos. En esta segunda vertiente, vemos cómo en el Estado español desde hace muchos años se ha establecido este debate en torno a la religión en la escuela y a la dicotomía pública-privada. A primera vista debates interesantes y necesarios pero que vistos con un poco de atención no son más que cortinas de humo que, en realidad, sólo sirven para distraer nuestra atención (de hecho, en todo este tiempo, independientemente del color del gobierno, la iglesia ha estado muy presente en la escuela y la privatización ha sido subvencionada por el Estado a manos llenas) y obligarnos a tomar posición en uno u otro sentido y, así, no tomar conciencia del verdadero debate: ¿Qué tipo de educación queremos? ¿Necesitamos un sistema educativo controlado por el poder? ¿Tiene sentido defender una educación que nos instruye para ser esclavos?...

Así se ha conseguido que la escuela se haya convertido en los últimos tiempos en la Iglesia del pueblo trabajador. El objetivo de que todo el mundo tenga iguales oportunidades de educarse es deseable y completamente realizable. Sin embargo, tratar de llevar esto a cabo a través de la escolarización obligatoria (tal y como hace el Estado) no es más que el mismo mecanismo utilizado por la Iglesia para captar y fidelizar a las personas. Lo que nos lleva a asimilar que es en el sistema educativo donde reside la verdad absoluta e incuestionable.


Ha llegado la hora de romper con esta creencia. Ya basta de defender una escuela que jamás ha cuestionado ni lo hará los mecanismos de dominación y explotación del poder.

Por supuesto hay que defender la educación pública. Pero hay que ir más allá en esa defensa. Hay que crear una verdadera educación pública basada en la participación de todos frente al modelo de expertos vigente. Hay que cambiar el paradigma actual en el que es imprescindible la acreditación estatal de cualquier habilidad para poder ejercerla como si el único lugar donde se puede aprender fuera la escuela. Hay que apostar por una gestión colectiva y por un papel protagonista de las personas que desean aprender independientemente de la edad que tengan. Y, sobre todo, hay que dejar que sea cada cual el que decida su camino, a qué ritmo y en qué momento quiere recorrerlo.

Es hora de construir otra forma de educar, donde todos tengamos nuestra parte de responsabilidad, donde la persona sea el centro de su educación y decida cómo y cuándo. No necesitamos factorías de crear esclavos, necesitamos construir espacios donde acompañar y facilitar los procesos de formación de seres humanos libres y críticos.

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