miércoles, 18 de septiembre de 2013

¿FRACASO ESCOLAR?

En repetidas ocasiones, sobre todo por estas fechas, se habla del fracaso escolar, del altísimo número de casos que se da en el estado español.
Se define el fracaso escolar, según los expertos, como el hecho de concluir una determinada etapa en la escuela con calificaciones no satisfactorias, lo que se traduce en la no culminación de la enseñanza obligatoria.
Ésta es la definición por la que oficialmente tenemos a toda la maquinaria educativa preocupada. La palabra maquinaria no está elegida al azar ni mucho menos, al contrario creo que es la que representa más fielmente el entramado que conforman profesorado, equipos psicopedagógicos, funcionarios de la inspección educativa y todos aquellos que contribuyen a mantener en pie esta enormidad llamada sistema educativo.
Año tras año todos estos eslabones de la cadena se afanan por quitarse de encima la responsabilidad (sobre todo los que presentan un perfil de funcionariado más desarrollado) achacándolo todo al constante cambio de políticas educativas, la falta de recursos  económicos (éste es uno de los temas estrella en el listado de las excusas), la elevada proporción de alumnado en las clases, la excesiva carga de trabajo, etc. También existen, los menos, que a parte de todo esto intentan, con buena voluntad pero falta de realismo, introducir cambios pedagógicos innovadores que les permitan mejorar esos resultados tan catastróficos que arrojan los estudios sobre fracaso escolar. Por supuesto, esto último es una lucha estéril teniendo en cuenta que es una lucha contracorriente.
Por un lado, lucha contra los intereses del propio Estado y de la clase dominante, quienes han creado y manejado un sistema cuya finalidad es la de inculcar y adoctrinar sobre las normas esenciales que rigen nuestra sociedad. Es decir, preparar a cada individuo para su posición dentro de la escala social y fomentar el orden establecido a través de la sumisión y la obediencia. Por tanto cualquier intento de cambio que no afecte a la sustancia misma del sistema se queda en mero maquillaje que no conlleva a nada.
Por otro lado, contra el propio sistema educativo puesto que al estar al servicio de la maquinaria social es necesario que vez expulse a más jóvenes sin titulación alguna para que pasen a engrosar las filas del batallón de desempleados y/o a formar parte de esa economía de esclavitud a la que el capitalismo nos empuja inexorablemente. El sistema no necesita excesiva gente preparada para trabajar, necesita grandes cantidades de mano de obra barata dispuesta a trabajar por un mendrugo de pan si es necesario y a eso es a lo que se dedica.
Eso sí, durante todos esos años de escolarización obligatoria que el poder disfraza bajo ese lema tan bonito de derecho a la educación, contribuyendo así a apuntalar esa monumental estafa que supone el igualar la escolarización con la educación y el derecho (algo que por definición puedes ejercer o no) con la obligación (algo que ineludiblemente debes realizar bajo amenaza de castigo). El sistema ha realizado su trabajo casi a la perfección modelando y fabricando generaciones enteras de seres humanos totalmente integrados en la sociedad del trabajo y de consumo y con grandes carencias a la hora de afrontar con criticismo cualquier situación o información que se les presente.
Es por ello, que pongo en duda la expresión “fracaso escolar”. Es más creo que muy al contrario vivimos en la época del absoluto éxito escolar hasta el punto de haber conseguido que las propias personas que sufren o han sufrido el terrible peso de este sistema estén dispuestas a luchar por mantenerlo incólume. Este éxito escolar, sumado a otros factores, ha conseguido crear una gran masa de adeptos incapaz siquiera de imaginar una realidad social diferente a la aprendida y acatada durante un largo periodo de tiempo (en el mejor de los casos un mínimo de 10 años) especialmente sensible en la formación de la esencia humana.
Sin embargo, sí hay un fracaso escolar que preocupa al poder y sobre el que recae el peso de toda la maquinaria de coerción que el Estado es capaz de poner en marcha. Curiosamente, sobre este hecho no se pone a la comunidad educativa a trabajar sino que se recurre a los diferentes niveles represivos que van desde la maquinaria de los servicios sociales, pasando por la policial y acabando en la judicial. Lo que al poder le preocupa no es la cantidad de jóvenes que finalizan su paso por el sistema sin obtener sin obtener titulación alguna sino que haya personas que no pasan por el sistema. Así vemos las dificultades de poner en marcha realidades educativas alternativas, por ejemplo las de educación en casa o las escuelas libres, y de su constante persecución.
Así pues, cuando volvamos a escuchar el manido discurso de las altas cifras de fracaso escolar tal vez debamos preguntarnos si realmente es un tema tan preocupante como nos intentan vender o por el contrario debemos empezar a comprender que el fracasado es el propio sistema escolar y de adoctrinamiento. En ese caso, debería convertirse en prioridad absoluta de todo movimiento, organización o personas que dicen querer cambiar la realidad del sistema social la construcción de alternativas a esta inmensa máquina de fabricar peones del sistema en serie.