sábado, 3 de febrero de 2018

¿DESUBICADOS? YO, AL MENOS, SÍ


Así me siento. También perplejo ante mi incapacidad de entender lo que me rodea. La propia marcha de lo cotidiano se me escapa. No comprendo nada y, cada vez menos, a nadie.

Habitamos varios mundos en paralelo. Cada día vivimos varias vidas que las consideramos como nuestras y ya no estoy seguro siquiera de que alguna de todas sea verdadera.

Compartimentos estancos. El trabajo, la familia, las amistades, militancias varias… Somos personas diferentes en cada situación. Parece como si existiera una desconexión dentro de nosotros en cada ámbito. Lo que sucede en cada compartimento se queda ahí. No parece tener relación alguna con el resto. Nos engañamos pensando que es una buena estrategia, adaptativa. Buscamos entre las teorías de última hora algún término que nos convenza y lo conseguimos. Nos creemos inteligentes emocionalmente, socialmente adaptados, resilientes, empoderados o cualquier otra etiqueta que nos convenga. Lo que sea con tal de no ver la etiqueta que realmente arrastramos con nosotros, somos carne de cañón.

Tal y como vivimos, desconectados unos de otros sin ser capaces de ver las relaciones entre lo que nos sucede y lo que les sucede al resto, estamos destinados a ser como hojas secas. Caídas en el suelo y a merced del viento, moviéndonos al son que nos mandan y en la dirección a la que somos empujados.

Todos los campos de nuestra vida están interconectados. Las vidas de la mayoría están conectadas entre sí. Y no sólo eso, sino que además están atravesadas por decisiones tomadas por gente que nada tiene que ver con nosotros. Y lo peor es que les dejamos hacer y les damos la razón a pesar de que la mayoría de las veces, estas decisiones vayan en contra de nuestros deseos, nuestras aspiraciones e intereses.

Somos como camaleones que tratamos de adaptar el color que más nos conviene para pasar inadvertidos en cada situación, para no diferenciarnos, que no se fijen en nosotros por si acaso. La diferencia puede comportar el estigma y eso nos puede conducir a una vida vivida en los márgenes, haciendo inalcanzable los sabrosos frutos de una existencia consumista. Y al parecer, nadie quiere eso. Todos queremos disfrutar de ese modelo. Queremos experimentar la posesión de los objetos, hasta de las personas como fuente de felicidad.

Me siento desubicado en una sociedad como esta, no la comprendo. Sé que somos muchos así, algunos conscientes de su manera de sentir. Otros, la mayoría, todavía no. Saben que las cosas no son como les gustaría, que su vida no es la que habían soñado tantas veces de pequeños pero no logran identificar la causa de esa desazón, el porqué de esa sensación de vivir permanentemente desubicados, fuera de lugar.



Lo saben y nos ofrecen vías para canalizar esa inquietud, para mostrarnos que estamos equivocados y que no hay de qué preocuparse. Ocio controlado y diseñado para no sentirte fuera, para tener la sensación de pertenencia y de que valen la pena los sinsabores diarios, las penurias cotidianas. Ocio narcotizante que nos mantiene aferrados a una existencia irreal, una existencia que transitamos pero que no vivimos, virtual. Nos deslumbran, nos engatusan y nos hacen creer que eso es lo que debemos hacer. Ahí reside su concepto de felicidad, el que nos tienen reservado. Nos lo creemos y nos entregamos gustosos como autómatas programados para no pensar y no sentir nada fuera de lo predeterminado. Pero no es suficiente, nunca lo es. Puede enmascarar la realidad durante un tiempo pero a la larga sólo hace que aumentar la insatisfacción. Lo cierto es que de esa insatisfacción se nutren para mantener constante el flujo de personas aferradas a esa ilusión de felicidad.



Somos nuestras propias víctimas al aceptar esas vías. Hemos desplazado los puntos de referencia que nos permitían ubicarnos en el mundo de forma natural y los hemos sustituido por otros a los que hemos dado categoría de guías absolutos. El dinero, la acumulación, el consumo, el trabajo asalariado, la apariencia… Todos factores ajenos a nuestra propia naturaleza que han usurpado un lugar que no les corresponde y han engendrado seres desubicados, antinaturales. Con vidas donde prevalecen el egoísmo, el odio al otro, la competitividad, la falsedad…



La necesidad de reencontrar un eje de coordenadas que nos permita ubicarnos de nuevo como lo que realmente somos es acuciante. Seres que nos apoyamos los unos a los otros, solidarios, dispuestos a no dejar caer a ninguno de nuestros semejantes, sin miedo de mostrar nuestra naturaleza, orgullosos de ella.

Yo, al menos, es ahí donde estoy. Tratando de ubicarme de nuevo en un mundo de claroscuros pero con una gran cantidad de potencial dispuesto para iluminarlo y hacer que las vidas valgan la pena ser vividas a cada instante.


3 comentarios:

Loam dijo...

"...como lo que realmente somos..."

La Realidad es mentira - Agustín García Calvo

http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/501953/index.php

Quebrantando el Silencio dijo...

Lo que realmente somos es algo que no forma parte de la realidad que vivimos, al menos en mi modo de ver. De lo contrario, no creo que sintiera esa desubicación.

Anónimo dijo...

Es la falta de sentido de la vida característica del siglo XX. Muchos autores la han descrito. En literatura Herman Hesse en El Lobo Estepario, en ensayo, Bauman, Marcuse, etc. Es sencilla la cosa, cree en dios. En la religión van a darte un sentido, unos valores y unas directrices sobre cómo conducirte. Si ya no tienes la mente virgen de un niño para que crezca la semilla de la fe y has crecido mirandote el ombligo entonces aprende a vivir con ello. Lee mucho, ama mucho, haz deporte, quierete y asume lo insignificante de tu existencia.